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“Babylon” es hija de la desmesura y, en consecuencia, solo el exceso y desde el exceso puede ser redimida. Pero recapitulemos. Sorprende el alto riesgo asumido por Damien Chazelle, director y guionista en “Babylon”, filme que en EE.UU. ha colisionado con una taquilla tan gélida como la tibia respuesta crítica de quienes antes le aclamaron.

La biografía de Terence Davies aparece escrita sobre renglones (re)torcidos. Su vida ha ido avanzando sobre las oxidadas vías de un ferrocarril que parecía estar destinado a quedar varado en una estación sin pueblo. Ya había cumplido los 25 años cuando el joven Davies se ahogaba en la oscura y estrecha jaula de un discreto contable de segunda condenado a pudrirse en una oficina de transportes de su Liverpool natal.

Aunque su grupo sanguíneo reclama el formato de la tecnología doméstica, nació en la tele, “Downton Abbey” se viene arriba y acaba por tejer un ameno relato cinematográfico que sirve de colofón a una de esas series populares a la que sus adictos nunca pondrían final.