En el último suspiro de “Explota, explota”, Raffaella Carrà sonríe a la cámara por un breve instante. Aparece dirigiendo el tráfico en un cameo intencionado del realizador porque, en efecto, sin sus canciones, esta película no existiría. Son ellas y el recuerdo que convocan, quienes conforman y dirigen la naturaleza de esta cita con el cine popular español de los años 60 y 70.

En tiempos blandos, aunque los de ahora mismo más que blandos resultan moralmente idiotas, la corrección política imperante favorece cultivar una visión buenista de la tercera edad. Bajo ese prisma que alcanzó su esplendor en el conmovedor “Buenos días” de Yasujiro Ozu, se suele retratar a los progenitores con un aura de abnegación y bondad, y víctimas del abandono.

Tras el confinamiento, con la reapertura de las salas, “Pinocho” (a)pareció como la gran esperanza para que el sector comercial de la exhibición cinematográfica pudiera recuperarse. Formaba junto a “Pocahontas” y “Tenet”, la trinidad de la esperanza.

En 2023 se cumplirán cincuenta años del estreno de “Bad Lands”, primer largometraje de uno de los cineastas más controvertidos de todos los tiempos. En medio siglo de vida activa como director de cine, Terrence Malick (Waco, 1943) ha firmado diez largometrajes. De ellos, contando este “Knight of Cups”, tres permanecían sin estrenarse entre nosotros.

Jirí Menzel emergió en 1966 como un relámpago. Acababa de filmar su primer largometraje, “Trenes rigurosamente vigilados”, un filme poderoso que ganó el Óscar de aquel año. Su éxito preludiaba un cambio social y Menzel aparecía en lo más alto de la cresta de la denominada Nueva Ola Checa.

Hay realizadores que se enfrentan al oficio de filmar películas desde las tripas. No andan con balas de fogueo ni con estrategias defensivas. Para lo bueno y para lo malo, se arriman tanto al meollo de sus relatos, meten tanto de sí mismos en sus argumentos, que resulta difícil esquivar y aceptar el mazazo emocional que aspiran a dar.

La apabullante recolección de premios concedida al filme georgiano, “Beginning”, de Dea Kulumbegashvili, responde a una declaración de intenciones, a un subrayado, tal vez excesivo, pero probablemente entendido como necesario por el jurado de esta 68 edición. Cuatro premios: mejor película, mejor dirección, mejor actriz protagonista y mejor guión ratifican que, para ese jurado, este filme áspero, riguroso, contemplativo y hondo en sus ramificaciones, abierto y calculadamente críptico en su relato; merece mucho la pena.

Clausurar un festival, más cuando tiene el relieve del SSIFF, suele ser un honor envenenado. Un regalo trampa que la mayor parte de las veces se salda con más discreción que acierto.

En la jornada de clausura, la celebración del palmarés, la fiesta (esta año con mascarilla y a dos metros de distancia) de la gala y la espantada de la mayoría de la crítica que ya ha cumplido su misión, aportan muy poco relieve a quien ostenta el privilegio de cerrar el festival.

Que a la altura del jueves noche, ya se tuviera la percepción completa de lo que ha sido esta sección oficial a competición, era algo insólito. Algo único en la historia reciente del SSIFF que tiene su explicación en la rareza de un año raro. Lo mejor, y dentro de unos años se reconocerá como debe, ha sido la valentía, el esfuerzo y el trabajo del SSIFF para sacar adelante un festival en el que se ha trabajado más que nunca para no escurrir el bulto. Todas las personas con deberes en el SSIFF han dado más que nunca y ante menos público.