Nuestra puntuación
Agua, agua y solo agua
TÍTULO ORIGINAL: Battleship Dirección: Peter Berg Guión: Erich Hoeber y Jon Hoeber; según el juego “Hundir la flota” Intérpretes: Taylor Kitsch, Brooklyn Decker, Alexander Skarsgård, Rihanna, Liam Neeson, Jesse Plemons y Tadanobu Asano Nacionalidad: EE.UU.2012 Duración: 131 minutos ESTRENO: Abril 2012
El primer reflejo que nos llegó de Peter Berg, el director de Battleship, fue como actor. Encarnaba, metafóricamente hablando, a una mosca. Su personaje era el de un imberbe vaquero contemporáneo víctima de una desbocada y ambiciosa viuda negra. Ella, Linda Fiorentino, una actriz ahora en paradero desconocido pero que aquel año, 1994, paseaba una mezcla entre Kathleen Turner y Lauren Bacall, lo devoraba. Él, se dejaba fagocitar con una dignidad juvenil edificante. Poco después de aquella notable cinta noir dirigida por John Dahl, Peter Berg sacudió un mazazo irreverente contra uno de los ritos fundacionales del American Way of Life: la boda. Aquel Very Bad Things conserva su vitriólica arenga sobre el delirio de un espejismo. Radical, cruel y espinosa, Very Bad Things se indigestó en muchas retinas que intuían que, detrás de aquel filme, supuraba una herida abierta.
Años después, en realidad hace unos pocos meses, el propio Berg desvelaba que el rodaje de Very Bad Things tuvo lugar en plena crisis matrimonial; en un tiempo para él de invierno y fractura. Por decirlo de algún modo, aquella era una película desesperada, llena de rabia. Todo lo contrario que ésta con la que Peter Berg culmina su proceso de integración en la gran industria hollywoodense.
Sin embargo Berg, que ahora se confiesa un hombre feliz, da razón a la ironía de Orson Welles. Berg se ha convertido en la Suiza opulenta del reloj de cuco. Es su caso, ese cuco es el viejo juego de los barquitos, “Hundir la flota”. Es decir, su universo fílmico se ha convertido en una esplanada yerma. En ella se impone una regresión infantil, un juego vacuo con grandes naves de guerra en cuyo interior no late nada. Con un pretexto sin drama, Berg tarda dos horas largas en traspasar el bricolaje de Transformer a las aguas oceánicas. En ellas, humanos versus alienígenas alimentan un proceso narrativo del que no cabe esperar ninguna chispa, ningún guiño, nada especial que no se haya visto en los dos minutos del trailer de promoción. Ni nada que merezca la pena evocar dos minutos después de salir de la sala. El infeliz Berg se reveló en Very Bad Things; el Berg feliz se hunde, y la broma es inevitable, con este Very Bad Films. Nos alegramos por él, lo sentimos por quienes la vean.
Años después, en realidad hace unos pocos meses, el propio Berg desvelaba que el rodaje de Very Bad Things tuvo lugar en plena crisis matrimonial; en un tiempo para él de invierno y fractura. Por decirlo de algún modo, aquella era una película desesperada, llena de rabia. Todo lo contrario que ésta con la que Peter Berg culmina su proceso de integración en la gran industria hollywoodense.
Sin embargo Berg, que ahora se confiesa un hombre feliz, da razón a la ironía de Orson Welles. Berg se ha convertido en la Suiza opulenta del reloj de cuco. Es su caso, ese cuco es el viejo juego de los barquitos, “Hundir la flota”. Es decir, su universo fílmico se ha convertido en una esplanada yerma. En ella se impone una regresión infantil, un juego vacuo con grandes naves de guerra en cuyo interior no late nada. Con un pretexto sin drama, Berg tarda dos horas largas en traspasar el bricolaje de Transformer a las aguas oceánicas. En ellas, humanos versus alienígenas alimentan un proceso narrativo del que no cabe esperar ninguna chispa, ningún guiño, nada especial que no se haya visto en los dos minutos del trailer de promoción. Ni nada que merezca la pena evocar dos minutos después de salir de la sala. El infeliz Berg se reveló en Very Bad Things; el Berg feliz se hunde, y la broma es inevitable, con este Very Bad Films. Nos alegramos por él, lo sentimos por quienes la vean.