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El derecho a vivir, el derecho a gozar
Título Original: THE SESSIONS Dirección: Ben Lewin Guión: Ben Lewin; inspirado en un artículo de Mark O’Brien Intérpretes: John Hawkes, Helen Hunt, William H. Macy, Moon Bloodgood, Annika Marks y Rhea Perlman Nacionalidad: EE.UU. 2012 Duración: 95 minutos ESTRENO: Diciembre 2012
El origen de Las sesiones hay que buscarlo en un proyecto periodístico titulado “On seeing a sex surrogate” firmado por Mark O’Brien. En él se daba cuenta, sin hipocresías ni edulcoramientos, de los deseos y dificultades a los que se enfrentan las personas con alguna discapacidad física para ver satisfechas tanto sus fantasías sexuales como su necesidad de disfrutar con el sexo y el amor. El firmante del artículo, Mark O´Brien, periodista y poeta, confinado a sobrevivir dentro de un pulmón de acero a causa de la polio sufrida durante su infancia, era un hombre prisionero de su propio cuerpo. En las pocas horas libres que le permitía su enfermedad, O´Brien, quien se había ganado una justa admiración por su trabajo poético, realizó una investigación sobre la sexualidad y vio encenderse en él el deseo de poder experimentar lo que hasta entonces le había sido vetado. Eso es lo que ilustra este filme que posee además un valor añadido, ya que su director sufrió la misma enfermedad que su protagonista.
Ben Lewin (6 de agosto de 1946) nació en Polonia y a temprana edad emigró con su familia a Australia. A los seis años, contrajo la polio y desde entonces siempre le han acompañado unas muletas. Formado cinematográficamente en Inglaterra, a nadie se le escapa que para Lewin este filme muestra jirones de sí mismo. En él hay una abierta admiración hacia Mark O´Brien y todo lo que él representó; una complicidad admirada que Lewin no disimula.
Las sesiones se alzó con el premio del público en el festival de Sundance e hizo lo propio en el de San Sebastián. Y es que, como relato cinematográfico, posee esa carga emocional ante la que cualquier persona con cierta sensibilidad acaba rendida. Resulta difícil sustraerse a la contagiosa fuerza que emana de un trabajo de equipo en el que desde el director, a su principal protagonista, -excelente John Hawkes-, incluido un brillante reparto, todo aporta precisión a este vibrante monumento al deseo. Algo que incluye los placeres del orgasmo.
En la orilla opuesta al planteamiento de Robert Bresson, para quien rodar era buscar un encuentro con la verdad, algo que sólo aparece muy de vez en cuando como un relámpago fugaz, a Lewin no le preocupa encontrar la verdad de lo real. Prefiere levantar un fresco reivindicativo. Con voluntad parecida a la que nutre películas como Nacional 7 y Hasta la vista -el caso de Intocable explora otro terreno-, la espina dorsal en todos estos casos citados, aspira desgarrar el velo de la hipocresía social ante el sexo.
Y aquí lo hace reivindicando la profesionalidad de una mujer que acompaña y explora con sus pacientes la posibilidad de usar su sexualidad acostándose con ellos. El personaje, convincentemente interpretado por Helen Hunt, da pie a algunas secuencias notables.
La habilidad del guión, también responsabilidad del citado Lewin, reside en su talento para sortear los prejuicios morales. Para ello acude a la ayuda de un sacerdote confesor y cómplice de las pulsiones del citado O´Brien. Concebida como un diálogo a tres bandas, el filme se dirime en un pulso dialéctico entre el paciente y los profesionales del alma y del cuerpo. Es decir, puro cine clásico germinado para sensibilizar. Lewin opta por la representación amable y pedagógica a costa de evitar rozarse frontalmente con la pesadilla de lo real. Es su opción y como espectáculo es legítimo, aunque renuncie a profundizar. De hecho desestima mostrar cómo practica el sexo una de las actrices que realmente sufre una discapacidad real. O sea, evita la verdad a costa de pellizcar suavemente y reivindicar la valía de un héroe anónimo empeñado en vivir y gozar con su cuerpo roto.