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Tres referencias distintas para un director verdadero

 Título Original: LIFE OF PI Dirección:  Ang Lee Guión: David Magee; basado en la novela homónima de Yann Martel  Intérpretes: Suraj Sharma, Irrfan Khan, Tabu, Rafe Spall, Adil Hussain y  Gérard Depardieu  Nacionalidad:  EE.UU. 2012   Duración: 127 minutos ESTRENO: Diciembre 2012


Ang Lee lleva años provocando el desconcierto. Dicen de él que su cine resulta imprevisible; que no tiene estilo, que su versatilidad impide percibir una (su) voz personal. Se cuenta que carece de recetario, que nadie conoce la verdadera signatura de un autor que no lo parece por más que casi siempre alcance, con todas y cada una de sus películas, un nivel de calidad notable, muy superior al de otros que son saludados como grandes cineastas. Los argumentos que alimentan estas impresiones surgen de manera tan obvia como epidémica. Consiste en recitar la ya larga relación de películas dirigidas por él. Recordemos. Comenzó con la llamada etapa china y alumbró tres magníficos títulos: Manos pujantes (1992);  El banquete de bodas (1993) y Comer, beber, amar (1994). Se habló entonces de que allí se había formulado una suerte de trilogía en torno a la figura del padre y por supuesto, en torno a sus raíces chinas.

La situación cambió drásticamente cuando, tras hacerse un hueco internacional con sus primeras obras, filmó Sentido y sensibilidad (1995); puro cine british de época levantado sobre el entramado literario de Jane Austen. Con la ayuda de Emma Thompson, el aliento de Sidney Pollack y con un reparto que consagraba a Kate Winslet, descubierta, no se olvide por Peter Jackson, Ang Lee lanzó la primera señal de su poder camaleónico. Lo que vino a continuación resulta sorprendente. Filmó la mejor crónica sobre los EE.UU en los 70, La tormenta de hielo (1997), se atrevió con un western de resonancias clásicas, Cabalga con el diablo (1999), puso de moda el cine chino de artes marciales y saltos acrobáticos, Tigre y dragón (2000) y se lió con Hulk (2003), el más incómodo de los personajes Marvel con el que no hizo mal trabajo, pero al que sólo  Los vengadores le han dado el punto de equilibrio que Lee no pudo o supo dar. Luego, Lee se consagró con un argumento de osadía extrema, al narrar el amor homosexual del arquetipo del hombre-macho norteamericano que durante años representó John Wayne. Y Brokeback Mountain (2005) significó la cúspide del “no-estilo” de Lee.
En ese panorama, obviamos las últimas producciones, La vida de Pi representa la consolidación del verdadero ser cinematográfico de Ang Lee. Por más que su cine parezca norteamericano, Lee, taiwanés de nacimiento, aplica la estrategia oriental: la mímesis, la clonación, la copia. Pero sin ese prejuicio que prima la originalidad como valor supremo, sino con la seriedad oriental de quien repite para perfeccionar, de quien aprende para superar. Esto que en el mundo del dinero lleva a abaratar; en el mundo de la creación artística, supone sublimar.
La vida de Pi se impone un triple salto mortal. Mezcla, funde y abrocha el sentido de la aventura de la Ciencia de James Cameron, la pulsión acrobática emocional de Spielberg y la naturaleza mitificadora del más épico de todos los cineastas estadounidenses, John Ford. De ahí que La vida de Pi nazca de la confluencia de al menos tres fuentes nutricias fácilmente reconocibles: Avatar, Náufrago y El hombre que mató a Liberty Valance. Tres modelos de Hollywood para un mantra hindú extraído de la novela originaria de Yann Martel.  Con ello Ang Lee se empeña en su empresa más disparatada: asumir la trinidad del cine narrativo occidental. De Cameron extrae ese compás de equilibrio entre el caos del hundimiento y el cosmos (su contrario) de la arquitectura celeste. De la factoría Spielberg- Zemeckis, la soledad de Robinson y la amenaza de las bestias, de la cosa, del otro. Y ¿de Ford? la lección de saber que entre la verdad y la leyenda, entre los hechos y su fábula, si queremos sobrevivir será mejor apostar por aquello que nos de esperanza, aunque crezca con la mentira dentro.

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