Nuestra puntuación
El veneno de la popularidad
Título Original: REALITY Dirección:  Matteo Garrone  Guión: Matteo Garrone, Maurizio Braucci, Ugo Chiti y Massimo Gaudioso Intérpretes: Aniello Arena, Loredana Simioli, Nando Paone y  Raffaele Ferrante  Nacionalidad:  Francia, Italia. 2012   Duración: 115 minutos ESTRENO: Noviembre 2012

Para encarar su nuevo largometraje tras el éxito de Gomorra, Matteo Garrone cambia el arquetipo italiano de la mafia por el paradigma de la comedia a la italiana. La comedia a la italiana, hagamos memoria, fue el resultado de la deriva a la que llegó el neorrealismo cuando, tras mostrar las heridas abiertas de un país arrasado por el fascismo y dividido por la guerra, asumió que era mejor barnizar con ironía y humor el sinsentido de la realidad.
Y sinsentido hay en Reality, no porque carezca de lógica lo que Garrone muestra sino porque sus protagonistas encarnan el desmoronamiento del criterio cuando se nubla la inteligencia al sobrevenir el veneno de la popularidad. Esa que Warhol predijo en los 60  y que ahora entendemos que no es sino una maldición bíblica, la misma que ocupa uno de los episodios de la película de Woody Allen, Amor en Roma.
En tiempos del neorrealismo, el mundo estaba tan necesitado de creer que la pesadilla había desaparecido que incluso los más descerebrados soñaban con sobrevivir en paz, amar sin privaciones y aspirar a que el porvenir fuera mejor que lo que quedaba atrás. En los últimos años 40 y principios de los 50, la fama era cosa sin importancia.
Para diagnosticar la enfermedad de nuestro tiempo, Garrone abre su filme con un plano aéreo; un largo plano secuencia al alcance sólo de quienes hacen del cine un acto de fe. Como Johnnie To, Garrone idea un plano imposible para marcar su apertura. Luego, para concluir, 110 minutos más tarde, se inventa otro plano solemne y antagónico. Entre ambos, Garrone muestra el desmoronamiento de un infeliz que sueña con entrar en la casa de El gran hermano, una víctima más en la que se percibe el vacío moral e intelectual de buena parte de la sociedad tan italiana como universal.
Pronto se evidencia que a Garrone no le preocupa tanto desmontar los entresijos y necedades de ese concurso de franquicia mundial, como desnudar el patetismo de una sociedad ansiosa de formar parte de la pandilla basura que reina en la mayor parte de los canales televisivos de vocación popular. En cierto modo Garrone abre en canal, como en Gomorra, la inmensa estupidez del hombre contemporáneo.
Al aplicar la fórmula de la vieja comedia a la italiana, durante muchos minutos, su película recupera viejos sabores y añejas emociones. En Reality vemos pasar un desfile de personajes vulnerables y reconocibles a los que Fellini retrató con precisión tras rehacer el camino que hicieron poco antes que él gentes como Monicelli, Comencini, Scola, Germi y, ¿por qué no?, hasta el propio Berlanga. En efecto, en Reality, en la espera de Luciano, nombre del protagonista, un pescatero amante del humor grueso y el disfraz zafio que aspira a participar en el Grande Fratello, hay algo de la espera de Bienvenido Mr. Marshall. O sea, cree en la promesa de la tierra prometida en la que los pobres de corazón llevan siglos esperando, sin que jamás se cumpla.
Garrone obtiene una memorable actuación de Aniello Arena, un presidiario ex-miembro de la camorra italiana que se mueve como un animal escénico. En sus manos están las riendas que dirigen esta parábola sobre un país que se mueve entre el fervor vaticanista de rezo y penitencia, que tiene lugar en bóvedas catedralicias, y el hedor televisivo de concursantes en celo metidos en un platós llenos de cámaras. En ambos lugares hay un ojo que todo lo ve, que todo lo vigila. Y lo que observa no mueve sino a sentir una infinita conmiseración por una humanidad cada día más desorientada, más disparatada, febril y enloquecida. Con ello, Garrone, después del fuego de Gomorra,  nos deja ante la sed de “Sodoma”.

Deja una respuesta