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La vida, nada más
Título Original: SHUN LI Y EL POETA Dirección: Andrea Segre Guión: Andrea Segre y Marco Pettenello; basado en un argumento de Andrea Segre Intérpretes: Rade Serbedzija, Zhao Tao, Marco Paolini, Roberto Citran y Giuseppe Battiston Nacionalidad: Italia, Francia. 2011 Duración: 100 minutos ESTRENO: Noviembre 2012
Sin estridencias, con el gesto suave de quien prefiere la poesía a la épica y el gesto leve al grito ronco, se despereza lentamente una de las películas que mejor ha sabido describir las extremas condiciones de la mano de obra barata de los emigrantes chinos en el mundo occidental. Sin embargo, la gran virtud de la ópera prima de Andrea Segre consiste en que, como esas viejas estampas orientales que carecen de claroscuros y no buscan la falsa ilusión de perspectivas realistas, logra en su sencillez -que no simpleza-, una suerte de verosímil lírico que acaba atrapando a quien la mira.
En este pequeña Venecia de aguas calmas y pescadores sin prisa, flotan los restos de dos naufragios, el de la Europa que fue y el del Occidente que nos aguarda tras la incorporación de China al mundo capitalista. En esas dos orillas sobreviven, entre una serie de personajes dibujados con bordes definidos y sin buscar dobles lecturas, un superviviente de la Yugoslavia que fue y una madre china que trabaja con ahinco para reencontrarse con el hijo que espera en su pueblo de origen la posibilidad de reunirse con ella en Italia. Él, a quien le llaman poeta, es un hombre veterano que se resiste a perder su independencia frente a la mirada de incomprensión de su hijo y al lado de un grupo de amigos con los que cada día habla, come y juega. Ella se aferra al trabajo con actitud sumisa y personalidad de hierro. Posee la dignidad de los nadie, el orgullo de la gente que cada día debe buscarse la vida entregando tiempo y esfuerzo por casi nada.
Es una historia de amor sin pasión, un cruce sentimental sin arrebatos, una amistad sin intereses. Sólo eso, filmado con exquisita conmiseración. Es decir compartiendo la miseria de los protagonistas de su relato. Y ese compartir, ir junto a, logra el milagro de sublimar. Y de ese modo, esta historia sin apenas anécdotas, esta incursión en lo cotidiano se eleva como una convincente y bonita película no apta para devoradores de palomitas, pero sin duda destinada a convertirse en texto de cabecera de quienes todavía pueden gozar mirando el horizonte, releyendo las viejas novelas del pasado o dejandose mecer por las aguas de minúsculas Venecias, sin oropeles ni góndolas, como las que aquí les aguardan en esta sencilla y humilde película.