La unión (re)hace la fuerza
Título Original: THE AVENGERS Dirección:  Joss Whedon  Intérpretes: Robert Downey Jr. , Chris Hemsworth, Scarlett Johansson, Chris Evans, Jeremy Renner , Cobie Smulder,  Samuel L. Jackson y Mark Ruffalo Nacionalidad: EE.UU. 2012   Duración: 142 minutos ESTRENO: Mayo 2012

Hay muchas sorpresas en este filme ejemplar del que llevábamos años recibiendo destellos. Si la venida de Cristo estuvo precedida por las proclamas de su portavoz Iokanan, la llegada de Los vengadores ha sido preludiada por los minutos finales de las películas de cada uno de los integrantes de este grupo heterogéneo. Grupo sin común denominador alguno, salvo su pertenencia a ese grupo de justicieros juramentados para salvar al mundo o vengarlo en caso de derrota. Hacía falta mucho valor y alta energía para armonizar un grupo formado por una espía rusa con cuerpo de vértigo y astucia infinita, un millonario con corazón de cristal y cerebro privilegiado, un soldado (con)fundido con su bandera y convertido en emblema del heroísmo; el hijo de Odín enviado a la tierra con un martillo de rayos y truenos; un científico atragantado por rayos gamma que cuando se enfada puede destruir el mundo y un arquero certero mezcla de Robin Hood y de Égolas, como bien se encargan de recordárnoslo sus compañeros.
Cuando se sale de haber visto Los vengadores se tiene la impresión de que todo ha sido fácil. Que la conjunción de equipo venía prevista en el guión y que apenas hay mérito alguno en este admirable vínculo del universo Marvel al servicio del fabulario de siglo XXI.
La primera y más decisiva sorpresa ha sido contemplar cómo un (casi) desconocido Joss Whedon ha leído inteligentemente lo mejor de las partituras de quienes le precedieron. Había un Iron Man brillante, el primero, y un segundo totalmente fallido; teníamos un Thor hecho Shakespeare por obra y gracia de Kenneth Branagh y dos Hulk irregulares, notables pero antagónicos. También estaba un Capitán América sostenido a fuerza de diseño pero sin magnetismo, algunos secundarios discretos como la Viuda Negra, y un villano operístico, Locki.
Pues bien, Whedon ha digerido con olfato los filmes que le han precedido y dirige un filme eléctrico, espectacular, pero sobre todo divertido.
Hay distanciamiento y puesta al día, pasión y humor, ingenio y espectáculo. Este grupo de héroes, creados bajo el resplandor del napalm arrojado sobre Vietnam y coincidiendo con el nacimiento del heavy metal  que sirvió como música de fondo a una época en la que se creía en la paz y el amor, se reinventa con cinismo en un tiempo sin credo ni convicción. De manera que no hay desperdicio alguno en los intersticios que deja la acción trepidante. Con alcanzar una simbiosis total entre la capacidad expresiva del dibujo y el impacto emocional del cine, lo mejor de Los vengadores se encuentra en la palabra, en los diálogos, en lo sugerido. 
Más allá de la cortina de fuegos artificiales, Los vengadores teje un discurso sobre la necesidad de compartir un motivo para pensar en el otro. Menos superficial de lo que parece, esta obra gamberra y nada inocente alcanza un equilibrio tan afortunado que destierra por completo la posibilidad de que una segunda parte alcance este grado de ameno ajuste y voraz intención.
Capaz de encandilar a públicos entregados de antemano Whedon cultiva en sus subterráneos emocionales y en sus recovecos dramáticos, ese material simbólico que permite renegar de todos los cuentos para seguir creyendo en que, aunque sepamos que todo es máscara e impostura, lo imposible nos salva de la mediocridad. Como la risa y la sonrisa.
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