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¿Quién maneja los hilos?Título Original: THE IDES OF MARCH Dirección: George Clooney Guión: George Clooney, Grant Heslov y Beau Willimon Intérpretes: George Clooney, Ryan Gosling, Philip Seymour Hoffman y Paul Giamatti Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 101 minutos ESTRENO: Marzo 2012
No es gratuito que Clooney abroche su cuarto filme, un viaje al corazón del sistema electoral de los EE.UU., al recuerdo de Shakespeare quien, al recrear la vida y muerte de Julio César, acuñó para la historia aquello de: “¡Cuídate de los idus de marzo!” En ese día, un 15 de marzo, Julio César, que había sido advertido del peligro que corría, recibió 23 puñaladas y murió fruto del ataque de medio centenar de senadores entre los que se encontraba Bruto. En el filme de George Clooney no se asesina al hombre, “simplemente” se aniquila la honestidad, la lealtad y el juego limpio. La historia de Los idus de marzo acontece en el presente y quien encarna el poder político se parece mucho a una versión blanca de Obama. Una suerte de sosia presidencial al que el propio Clooney interpreta pero que, con ser el motor de arranque que mueve todo el engranaje fílmico, se ve relegado a un lugar secundario. El candidato es el pretexto de una desazonada reflexión sobre el poder y sus minas enterradas. Para su cuarto largometraje como director, (Confesiones de una mente peligrosa, 2002; Buenas noches, y buena suerte, 2005; y Ella es el partido, 2008), Clooney retorna a la que fue su mejor obra, la que desgranaba la historia de Edward R. Murrow y su pulso contra el senador Joseph McCarthy. O sea, la que permite reaparecer al Clooney político y progresista decidido a recoger el testigo todavía no abandonado de Robert Redford. Exprimiendo aún más ese cordón umbilical, acabaríamos por perforar sobre la línea de un cine de denuncia y compromiso político que arranca de los años 50 y que alcanzó sus mejores resultados en los 70 donde nombres como Lumet, Pollack, Shaffner y Kazan, entre otros, jalonan una notable formación. En este filme no se trata de radiografíar lo real, la anécdota que sostiene el guión es pura ficción y por eso mismo deviene en simbólica y se hace verosímil. Hay en ese cruce de intereses y tentaciones, una amarga reflexión sobre ese gran tema llamado de la cuestión humana que no es sino un eufemismo para designar el juego del poder. Clooney se esfuerza en conferir al candidato, cuyo futuro apunta a la Casa Blanca, un perfil plastificado, una suerte de presencia de rostro con ausencia de alma. Su Mike Morris, un gobernador con ansias presidenciales, se aparece como un ente inodoro e insípido; una construcción que pasea un discurso políticamente atractivo, edificado con pocas ideas y muchos eslogans. Un candidato fruto -que no causa y origen-, de una estructura, del conjunto de intereses de quienes desde la sombra mueven los hilos. Por eso Clooney subraya la tensión del filme y reenfoca el punto de interés en el equipo del candidato. Y con él, en la fauna profesional de quienes mueven el ejército de las campañas electorales. Los responsables de los pactos, los negociadores de las ayudas, los intrigantes de los pasillos y los vividores de la información política. El filme se vende, en un guiño al Bergman de Persona, como una cara formada por dos rostros: el del candidato y el del jefe de su campaña. No obstante, su contenido no cultiva rostros sino planos generales. Allí donde la geografía del conjunto define su naturaleza campan el cálculo y la estrategia para arruinar convicciones y rendir voluntades. Hay diálogos inteligentes y personajes vigorosos al frente de una trama simplista y un devenir previsible. Esa falta de punch en el tejido narrativo se equilibra por la solidez de las interpretaciones y por la extraordinaria precisión con la que se definen los peones de este tablero. Un tablero en el que los personajes femeninos bordean lo ornamental a la vez que las puñaladas de la ambición matan sin manchas de sangre.