Valérie Donzelli y Jérémie Elkaïm, directora y coguionista respectivamente, pareja en la vida real y actores protagonistas que encarnan aquí un reflejo de la realidad que les tocó vivir, presentan con este filme un insólito ejercicio de desnudez sentimental. Una suerte de striptease autobiográfico en lo que aparece como un ajuste de cuentas con las cuchilladas que lanza la enfermedad y el destino. Es posible que ese miedo atávico, de quien recita lo ya digerido con el temor de que pueda regresar, esté anclado en la desmesurada interpretación actoral; en un histrionismo que se adentra en lo desconcertante y que parece limitar con el desatino. Lo que es seguro es que Donzelli y Elkaïm bucean a pleno pulmón en los laberínticos pasillos de la lucha contra el cáncer. Y lo hacen con el alivio de quienes ya han llegado al final del túnel.
Declaración de guerra, título alegórico que sus autores hacen coincidir con el contexto de la política bélica internacional en la que transcurre la película, habla de una epopeya, de un vía crucis al que con frecuencia no se quiere mirar y casi nunca se sabe mostrar sin incurrir en un empalagoso sentimentalismo. La guerra que inician los personajes del filme, comienza casi el mismo día en el que Bush ponía en marcha su particular ajuste de cuentas con los fantasmas del terrorismo; así se verbaliza en una secuencia al inicio del filme, pero lo que ocupa de verdad su contenido se debe a un tema mucho más privado.
Declaración de guerra es un filme intrínsecamente francés. Lo son sus personajes, la manera en la que manifiestan sus emociones y hasta las formas sentimentales que toman sus parlamentos. Armados por la legitimidad que confiere hablar de lo que se ha vivido, el matrimonio Donzelli-Elkaïm no se limita a rememorar el voraz cáncer que se cebó con su hijo, sino que disecciona los secretos de un matrimonio: los pequeños desgastes, los grandes sueños y los inmensos desfallecimientos. De fondo, al final de la travesía larga y dolorosa, se asoma la muerte perfilada en un crepúsculo de malos augurios. En el camino: el desconcierto, la angustia y el miedo.
Sin embargo en un arabesco de prestidigitación, Donzelli-Elkaïm llenan de algarabía lo que en otras manos hubiera sido desánimo. Dicho de otro modo, Donzelli-Elkaïm funden Ingmar Bergman con Jean-Pierre Jeunet, los tonos graves y oscuros de un tema fúnebre con los bríos desenfadados y vitales del cine posmoderno. ¿Es posible? Lo es. Esta Declaración de guerra da fe de ello. Eso sí, con chirridos y tropiezos. Por eso, la mezcla, por extrema, puede provocar desconcierto al principio.
¿Y después? El después puede oscilar del entusiasmo al rechazo. No podía ser de otra manera, con un filme que se arriesga tanto. Riesgo sostenido por el talento interpretativo de Donzelli-Elkaïm y por su total confianza en su texto-testimonio. Denominar a sus personajes Romeo y Julietta y a su hijo Adam no permite confundirse sobre la actitud de sus autores. No hay duda en su osadía ni en su presuntuosa actitud. En efecto, Declaración de guerra es una historia (excesiva) de amor. La fábula de un aprendizaje que reconduce la fascinación del placer sexual hacia la serenidad a través de la madurez que aporta ocuparse de un hijo señalado por la muerte