El conductor sin brújula
Título Original: DRIVE Dirección: Nicolas Winding Refn Intérpretes: Ryan Gosling, Carey Mulligan, Ron Perlman, Christina Hendricks, Bryan Cranston y Oscar Isaac Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 102 minutos ESTRENO: Diciembre 2011

En su esencia argumental, una imposible historia de amor, Drive se desliza por el camino del edulcoramiento. Esto es así porque en ella hay fases que rozan la cursilería, situaciones que entran de lleno en la banalidad e incluso personajes insostenibles que no se derrumban porque la materia prima actoral es de primera clase. La pregunta que uno puede hacerse a la vista de lo que Drive cuenta no es otra que “si su relato es tan endeble ¿por qué el espectador se siente tan atrapado en el vía crucis que recorre su protagonista, un conductor que no puede conducir su destino ni controlar sus emociones?»
La respuesta posee un nombre propio, el del director europeo de esta película tan americana, Nicolas Winding Refn. ¿Un desconocido? No tanto. Digamos que es un cineasta danés ajeno a la tropa del Dogma pero presente en los festivales que arriesgan, descubren y enseñan. Por ejemplo, Cannes y Sitges. Bastaría con rememorar su primer largometraje y su penúltimo trabajo para perfilar una línea de luz que reitera las señas de identidad y las razones por las que Winding Refn ahora dirige en América. El primer filme que nos llegó de Winding respondía al nombre de Pusher (1996), un periplo infernal por la violencia y el narcotráfico que acabó siendo una trilogía ahora considerada de culto. Como escribieron los fans de la trilogía en su día, Pusher era la constatación de que también ahora hay algo podrido en Dinamarca.
La penúltima película de Winding era en apariencia muy diferente: Valhalla Rising, una reescritura del cine épico medieval en clave feroz y tan descarnada en su plasmación de la violencia como lo eran sus incursiones en el thriller contemporáneo. A la vista de electricidad tan inquietante era cuestión de tiempo que le llegara la llamada de EE.UU. Lo bueno es que no ha habido sorpresa en su respuesta. Con quince años de profesión, Winding ha sabido sortear los escollos que impone en cine yanqui en su empeño por llegar al máximo número de espectadores. Dicho de otro modo, Winding ha permanecido fiel a sí mismo y, tras adelgazar extraordinariamente una historia sin miga, ha sacado a flote una osamenta robusta. Un esqueleto conformado por la materia mítica de los relatos clásicos. Un héroe esculpido a base de mazazos arrancados de Bogart, McQueen y Eastwood. Gosling, un actor que besa y mata sin mutar el gesto, representa un peldaño más en ese proceso de aislamiento del héroe, en la terrible soledad amoral del justiciero sin princesa. El protagonista de Drive es un personaje fordiano atravesado por la sed de mal de Welles. En el fondo no estamos sino ante un psicótico agresivo al que le conmueven, hasta perder el sentido, una mirada femenina y un niño pequeño. En Drive suena una voz irónica y vemos desplegarse la estrategia posmoderna de un agnóstico que juega a repetir un ritual simbólico al que no reza. Winding, en Drive, entrelaza una capacidad cuántica para fundir el tiempo y distorsionar las percepciones. Esa osadía formal le lleva a unir la esencia del cine clásico levantada sobre tres géneros arquetípicos, el noir, el western y la aventura romántica; con los excesos coreográficos del cine oriental, en especial del coreano y del japonés. Esa mixtura hace perdonable los agujeros de un argumento en el que casi nada se verbaliza y poco se comunica. Nada sabemos de su principal protagonista al principio. Nada sabremos al final. Pero tras cien minutos de una ceremonia cruel y sugerente, queda la sensación de percibir en el relato de un especialista de cine, conductor de atracadores y enamorado de su vecina, un filme de múltiples pliegues, una película como las de antes y como las del mañana.
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