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Hergé se pierde en América
Título Original: THE ADVENTURES OF TINTIN Dirección: Steven Spielberg Guion: Steven Moffat, Edgar Wright y Joe Cornish; basado en los cómics de Hergé Intérpretes: Jamie Bell, Andy Serkis, Daniel Craig, Simon Pegg, Nick Frost, Mackenzie Crook y Daniel Mays Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 109 minutos ESTRENO: Noviembre 2011
Cuando en los compases finales de Las aventuras de Tintín se intuye que la segunda parte ya ha sido encargada, se notifica al espectador que tal vez esto no es la gran película que se les había prometido, pero que han asistido al nacimiento de una nueva franquicia. Cosas del siglo XXI. Ya no es necesario construir un bello edificio narrativo que represente un salto cualitativo, una obra modélica, un filme sólido y profundo cuyo misterio nuclear hace desear una nueva entrega. Al contrario. Da igual que se llame Peter Jackson el director de la nueva entrega de este Tintín al que Spielberg le ha dado el fondo y Hergé la forma.
Resulta incuestionable que el ADN resultante de mezclar el talante reposado y el humor con sordina del reportero creado y criado por Hergé que nunca se hizo adulto; con la savia y la maquinaria industrial del padre de Indiana Jones, desemboca en un aggiornamento chirriante. Sospechoso de cierta templanza e incluso de discutible actitud cívica, el primer Tintín de Hergé nació con la crisis de 1929. En su largo periplo hubo episodios poco felices y caricaturas hoy discutidas por su incorrección política. Nada grave que no hubiera afectado a la inmensa mayoría de los supervivientes del zarpazo nazi y la locura de los años 30. Ante tanta complejidad variable estaba cantado que Spielberg no conseguiría penetrar en el enigmático atractivo de uno de los héroes de papel más sosos de la historia.
Tintín nada sabe de superpoderes ni de sacrificios extremos. Tintín es un friki asexuado que no conoció hembra ni deseo. Su poder reside en la observación y le mueve el azar. Spielberg, en su recreación del reportero del tupe erecto, lo lleva a su terreno. A la aventura y la acción ininterrumpida. Y durante media película, la estrategia, apoyada por la desconcertante estética que consiste en convertir a actores en figuras ortopédicas, funciona. Pero no hay acción que dure lo que dura una película y, antes o después, un filme narrativo reclama conferir densidad dramática a sus personajes y dar un descanso al espectador. Cuando eso llega, se adivina que ya solo nos queda esperar el final y confiar en que la nueva entrega logre rozar esa mística tintiniana sin dios ni ideología.