Nuestra puntuación
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Intouchables despide con ácido humor el Zinemaldia
El filme francés ofrece una irreverente mirada al mundo de la discapacidad
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La tradición impone que el filme de la clausura del Zinemaldia sea casi tan nefasto como suele ser la decisión de los jurados. Sin embargo ayer, sin alcanzar cumbres magistrales, Intouchables mostró que es posible encontrar un filme capaz de equilibrar emoción con diversión, calidad con dignidad y sonrisas con pellizcos. El filme de Eric Toledano y Olivier Nakache se abre con una peligrosa advertencia: está inspirada en hechos reales. Peligrosa porque cada vez que en una película acude a ese aviso, la experiencia nos avisa de que, probablemente, nos encontraremos con un filme buenista, inverosímil y generalmente mustio. Si además, como acontece con esta obra, el tema central gira en torno a un protagonista tetrapléjico, las suspicacias hacían saltar todas las alarmas posibles.
Por fortuna no se cumplen los augurios. Con los títulos de crédito todavía frescos, Toledano y Nakache descolocan al espectador al situarle frente a lo que parece un thriller extraño. Intouchables arranca con una persecución salvaje por las calles de París. A bordo de un automóvil viajan dos hombres. Uno, el conductor, es un senegalés con aspecto de jugador de basket. El otro, un francés de barba descuidada y movimientos escasos. Anfetamínica e intrigante, tras la desconcertante conclusión de este comienzo, se abre propiamente el filme con un salto atrás en el tiempo. Luego, esa misma secuencia se repetirá en los minutos finales y entonces su percepción por parte del espectador ofrecerá un panorama muy diferente. De esta manera, al estilo de lo que Gaspar Noé hiciera en Irreversible, Toledano y Nakache sueltan un bofetón a los prejuicios advirtiendo al espectador de que nunca hay que dar nada por sentado, que rara vez las cosas son lo que, a primera vista, parecen.
Es evidente que lo que los directores quieren demostrar es que los resabios nos llevan al error y que una pareja como los protagonistas de este filme, intocables como lo son los pobres más pobres de la India, resultan al final infinitamente más dignos, divertidos y atractivos que las personas convencionales. Con una factura aprendida en el Hollywood del cine mainstream, con una naturaleza que tiene mucho de las llamadas buddy-movies, películas de dos amigos generalmente opuestos en sus personalidades pero unidos por sus peculiaridades y por la amistad, Intouchables entrelaza los momentos íntimos con los arrebatos de videoclip, el chiste soez con el gesto edificante.
Su vocación de cine populista se disimula con la procacidad e incluso con el exceso de algunos navajazos de humor grosero a costa de la minusvalía del protagonista principal. Un protagonista que el excelente actor francés Francois Cluzet hace creíble y que su compañero de reparto, el enérgico Omar Sy, hace asumible. Ellos dos son el fundamento, ellos son los “intocables” que se esfuerzan en vivir arrastrando cada uno de ellos su consiguiente tragedia. Tragedia que deviene en tragicomedia y que finalmente desemboca en una especie de Pretty Woman con los personajes de Límite 48 horas. O sea, evasión, divertimento, procacidad y vocación de hacer un producto solvente para todos.
No era un mal final para una ceremonia de clausura protocolaria y festival en una edición cuya sección oficial ha sido discreta, con secciones paralelas mediocres y con invitados sin demasiado brillo. Pero es tiempo de crisis, tiempo idóneo para reinventarse de nuevo y, pese a todo, ha habido un puñado de películas excelentes.
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