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Los despojos de la dictaduraTítulo Original: LA MIRADA INVISIBLE Dirección: Diego Lerman Guión: María Meira y Diego Lerman; basado en la obra “Ciencia morales” de Martín Kohan. Intérpretes: Julieta Zylberberg, Osmar Núñez, Marta Lubos y Gabriela Ferreiro Nacionalidad: Argentina, Francia, España. 2010 Duración: 92 minutos ESTRENO: Agosto 2011
La mirada invisible, se nos explica en un momento del filme, es aquella que siempre vigila, la que a todos mira y nadie ve. Vive para servir en todas las situaciones donde la libertad es el precio que verdugos y víctimas pagan sin rechistar. Esa mirada cercenadora y voraz sostiene una amarga reflexión sobre los tiempos oscuros. Tiempos que aquí se ubican en ese instante en el que la extrema derecha argentina intentó evitar la descomposición de su tenaza de hierro. Año 82, tiempo de delirios futbolísticos y sangrías bélicas desastrosas. En ese paso fatal, justo en el hundimiento absoluto antes de su nuevo renacer, se asienta La mirada invisible con un aire de insoportable tristura en su interior. Una actriz poderosa, Julieta Zylberberg presta sus ojos a esta amarga incursión narrada por Diego Lerman, un cineasta argentino que tuvo un debú notable con Tan de repente (2003), filme protagonizado también por otra mujer.
Lerman se mueve en los parámetros del cine argentino actual, ése que se abre camino en los festivales internacionales a base de mudas introspecciones en galerías de monstruos cotidianos en los que habita la pesadilla de un pasado culpable. Su cine corre riesgos milimétricamente calculados. Planos largos, encuadres precisos. Gestos apenas perceptibles. Personajes de pincel fino y rasgos magros; de elipsis y sobreentendidos. Con todo ello el filme de Lerman recorre un doloroso proceso para reconstruir el ahogamiento de una joven reprimida hasta la locura, con el miedo en las entrañas y con las entrañas virginalmente yermas en un proceso de inmolación. Si la ausencia de verbo se hace notable en el filme, los gritos sordos de la represión rasgan la pantalla. Rompen la perfecta geometría de embaldosados de ajedrez y de soportales de encajes simétricos. En ese vía crucis hacia su calvario, Maria Teresa, una joven preceptora, se empeña en descubrir los quebrantamientos a la ley que surgen entre los alumnos y alumnas de un colegio nacional. Su vigilar le lleva a arrastrarse hasta la autonegación. A mirar desde el fondo de los urinarios abrasada por los deseos que se niega y anulada por un servilismo que deviene en alegato contra la barbarie del fanatismo y la represión.
La mirada invisible, se nos explica en un momento del filme, es aquella que siempre vigila, la que a todos mira y nadie ve. Vive para servir en todas las situaciones donde la libertad es el precio que verdugos y víctimas pagan sin rechistar. Esa mirada cercenadora y voraz sostiene una amarga reflexión sobre los tiempos oscuros. Tiempos que aquí se ubican en ese instante en el que la extrema derecha argentina intentó evitar la descomposición de su tenaza de hierro. Año 82, tiempo de delirios futbolísticos y sangrías bélicas desastrosas. En ese paso fatal, justo en el hundimiento absoluto antes de su nuevo renacer, se asienta La mirada invisible con un aire de insoportable tristura en su interior. Una actriz poderosa, Julieta Zylberberg presta sus ojos a esta amarga incursión narrada por Diego Lerman, un cineasta argentino que tuvo un debú notable con Tan de repente (2003), filme protagonizado también por otra mujer.
Lerman se mueve en los parámetros del cine argentino actual, ése que se abre camino en los festivales internacionales a base de mudas introspecciones en galerías de monstruos cotidianos en los que habita la pesadilla de un pasado culpable. Su cine corre riesgos milimétricamente calculados. Planos largos, encuadres precisos. Gestos apenas perceptibles. Personajes de pincel fino y rasgos magros; de elipsis y sobreentendidos. Con todo ello el filme de Lerman recorre un doloroso proceso para reconstruir el ahogamiento de una joven reprimida hasta la locura, con el miedo en las entrañas y con las entrañas virginalmente yermas en un proceso de inmolación. Si la ausencia de verbo se hace notable en el filme, los gritos sordos de la represión rasgan la pantalla. Rompen la perfecta geometría de embaldosados de ajedrez y de soportales de encajes simétricos. En ese vía crucis hacia su calvario, Maria Teresa, una joven preceptora, se empeña en descubrir los quebrantamientos a la ley que surgen entre los alumnos y alumnas de un colegio nacional. Su vigilar le lleva a arrastrarse hasta la autonegación. A mirar desde el fondo de los urinarios abrasada por los deseos que se niega y anulada por un servilismo que deviene en alegato contra la barbarie del fanatismo y la represión.