En busca del origenTítulo Original: X-MEN: FIRST CLASS Dirección: Matthew Vaughn Guión: Matthew Vaughn, Jane Goldman, Ashley Miller, Jamie Moss y Zack Stentz Intérpretes: James McAvoy, Kevin Bacon, Michael Fassbender, Rose Byrne, Jason Flemyng, Nicholas Hoult y Jennifer Lawrence Nacionalidad: USA. 2011 Duración: 132 minutos ESTRENO: Junio 2011

A fuerza de sublimar la juventud, se vive un fenómeno curioso. Los relatos en lugar de ir hacia adelante para encarar ese final inexorable que, en cuanto sujetos mortales, nos espera, van hacia atrás. Lo llaman precuela y consiste en hurgar en el origen, para no tener que enfrentarse con el devenir. Desconozco si ese fenómeno posee el mismo común denominador que el peterpanismo imperante pero, parece obvio que el mundo occidental se siente feliz en ese estadio regresivo. Con esa actitud, y tras los signos de decadencia mostrados por X-Men 3 y por el spin-off de Lobezno, hay que dar la razón a quienes apuestan por surcar las fuentes seminales en lugar de alargar un proceso consistente en buscar nuevos enemigos y peligros para sostener los idénticos y viejos artificios de siempre.
Y una vez más, como en Hellboy o en El exorcista: El comienzo, por citar dos ejemplos muy dispares por su contenido argumental, los guionistas encuentran en el infierno del holocausto judío, en la solución final aplicada desde la lógica criminal por los nazis, la semilla del mal. La semilla que, implantada en el corazón de Magneto, condiciona su proverbial enfrentamiento con el profesor Xavier. Dicho de otro modo, X-Men propone una vez más una apología de lo fantástico como conjuro que nos proteja contra los sueños de la razón.
Dirigido por Matthew Vaughn, quien hizo un notable y sarcástico aterrizaje en el mundo de los superhéroes con Kick-Ass, lo mejor del filme descansa en su guión, en los esfuerzos por conferir entidad a los personajes e imprimir una cierta dimensión mítica a lo que tiene mucho de querencia simbólica. Alumbrar que la ira de Magneto se proyecta a partir del sufrimiento infligido por su torturador en un escalofriante proceso de identificación, sirve para tender un puente hacia el abismo de la psicopatía. Lo mismo, en otro nivel, acontece con la cuestión de los superpoderes, iconos de una diferencia que convierte a los X-Men en los “otros” para una sociedad cada vez más suspicaz con la diferencia vecinal. Por esa vía, Vaughn se muestra a la altura de Bryan Singer, director de las dos primeras entregas. Y en ese sentido, el filme funciona, aunque el peaje del espectáculo y la franquicia, pase factura.
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