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Un balón en un campo de guerraTítulo Original: LOS COLORES DE LA MONTAÑA Dirección y guión: Carlos César Arbeláez Intérpretes: Hernán Mauricio Ocampo, Carmen Torres, Luis Nolberto Sánchez, Genaro Aristizábal, Hernán Méndez y Natalia Cuellar Nacionalidad: Colombia, Panamá. 2010 Duración: 88 minutos ESTRENO: Junio 2011
La montaña que preside este filme de bandera colombiana y fábula universal, amenaza con teñirse de rojo y luto. Escrita y dirigida por Carlos César Arbeláez, Los colores de la montaña ganó inesperadamente el premio de Nuevos Realizadores del pasado festival de cine de San Sebastián. Inesperadamente no porque no lo mereciera, sus credenciales no son malas, sino porque su contenido y sencillez le acercan mucho más al público que a un jurado en principio más permeable a valores formales. El filme de Arbeláez atrapa y sorprende porque se aleja por completo de las últimas bofetadas que nos ha brindado el cine colombiano: La vendedora de rosas (1998), María llena eres de gracia (2004) y Perro come perro (2008), crónicas todas ellas trufadas de violencia y desesperación. Y no es que en esta historia, en la que unos niños juegan con un balón de fútbol perdido en un campo minado en el que la muerte acecha, sea amable y divertida, todo lo contrario. Sino porque, en medio de oscuras nubes que amenazan tormenta de sangre inocente, su realizador se las arregla para introducir una brecha de esperanza sitiada que brota en la joven mirada de sus protagonistas. Su historia es mínima, un pretexto. Un grupo de niños, sus pequeñas rivalidades y sus grandes amistades, una pelota y una obsesión: recuperarla. Mientras tanto, el telón de fondo de las humildes casas que se arraciman en la falda de la montaña, se va transformando lentamente con signos que presagian un desenlace fatal en el mundo de los adultos. En algún modo, César Arbeláez recoge el testigo de La estrategia del caracol. Como en el filme de Sergio Cabrera, la limitación de sus escasos medios se suple con el entusiasmo de quien percibe que ha centrado bien su historia y que no precisa nada más para transmitirla. Pese a que Los colores de la montaña se asoma al pozo fácil de un populismo de slogan y didactismo, y la tentación de incurrir en cierto ensimismamiento de tarjeta postal presagia un derrumbe, éste que nunca llega, o al menos no del todo. Porque hay frescura, vitalidad y la sensación de que se cree en lo que se denuncia con la confianza de que sirve para algo más que para hacer una buena taquilla.