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El timador timadoTítulo Original. THE LAST EXORCISM Dirección: Daniel Stamm Guión: Huck Botko y Andrew Gurland Intérpretes: Patrick Fabian, Ashley Bell, Iris Bahr, Louis Herthum , Caleb Landry Jones , Tony Bentley y Shanna Forrestall Nacionalidad: EE.UU. y Francia. 2010 Duración: 87 minutos ESTRENO: Abril 2011
EL último exorcismo
evita seguir el camino establecido en 1973 por el filme de William Friedkins, El exorcista. De ese modo, en su atmósfera y tratamiento nada convoca ni nada evoca el hacer de Friedkins. En común solo (man)tiene el protagonismo de una adolescente presuntamente poseída por el diablo. Pese a esa ruptura formal, lo rural versus lo urbano, su director, Daniel Stamm, no se aleja demasiado en el tiempo, porque su modelo de partida pertenece a los 70. O sea, El último exorcista sabe de esa pesadilla emanada tras el desmoronamiento del movimiento hippy y la disolución de las utopías pacifistas. También sabe y recoge las cenizas del filme de 1974, de Tobe Hooper, La matanza de Texas, e incluso va más atrás, al núcleo de esa disolución, a 1968, el año en el que Polanski filmó La semilla del diablo. Dicho de un modo más preciso, este cineasta alemán nacido en Hamburgo y autor de un documental sobre Nick Cave, se adentra con destreza en el American Gothic. Por supuesto que en El último exorcismo hay puntos tangenciales con El proyecto de la bruja de Blair pero, en todo caso, es obvio que ese denominador común (pro)viene de la resaca de Woodstock, la guerra de Vietnam y el comienzo de la posmodernidad. Con esos referentes, el argumento de El último exorcista, muy lejos de miradas ortodoxas al Vaticano y de reivindicaciones teológicas sobre la existencia del demonio, gira en torno a un predicador, un personaje vitalista y desvergonzado que como San Manuel Bueno y Mártir, predica fe aunque él no la tenga. Su ideario descansa en una peculiar ética de dudosa moralidad. Es un trilero del alma que hace el bien por la vía del timo y que decide airear la falsedad de esa picaresca de agua bendita y grito cuartelero. Con confesiones a cámara y con estrategia muy próxima a la que Balagueró y Plaza desplegaron en REC, Stamm desciende hacia el horror con tensión, mal rollo y un inesperado rigor. No hay concesiones a la truculencia. Todo se dirime en el terreno del suspense, en el campo de lo perverso y el fanatismo y remite a esa inquietante sensación de que la maldad en el mundo no es cuestión de Dios, sino del ser humano, de sus fanáticos desvaríos y de sus paranoias.