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Rebelde sin pausa Título Original: TRES METROS SOBRE EL CIELO Dirección: Fernando González Molina Guión: Ramón Salazar; basado en la novela de Federico Moccia Intérpretes: Mario Casas, María Valverde, Álvaro Cervantes, Marina Salas, Diego Martín, Luis Fernández y Andrea Duro Nacionalidad: España. 2010 Duración: 118 minutos ESTRENO: Diciembre 2010
Hay un plano de una azotea donde un enorme cartelón publicitario de una bebida de Cola, deja claro el modelo referencial de esta película: el cine estadounidense de romance y acné, de uniformes escolares y chupas de cuero, de chicos con moto y chicas pijas. Esta reconocible línea narrativa ha conocido algunos hitos reseñables; desde la iniciática Rebelde sin causa a las musicales América, América, Fiebre del sábado noche y Grease. En este caso, y dado que estamos en Barcelona, algún parentesco cabría encontrar con Ultimas tardes con Teresa. Pero no obstante, su origen lo ubica en el fenómeno Maccia, una reinvención de Corín Tellado para teenagers enamoradizos.
¿Evolución del folletin romántico? ¿Puesta al día del cine juvenil de toda la vida? Más bien regresión y perversión de un modelo narrativo que apenas disimula una misoginia que roza lo inaceptable. Es preocupante que las asociaciones familiares tan sensibilizadas ante el mundo de los videojuegos y ante películas como la secuestrada A serbian film, no tomen precauciones ante propuestas como ésta. No por sus escenas eróticas, propias de un calendario de bomberos, sino por la discutible concepción de la mujer que circula por su interior.Tras reventar las taquillas con Fuga de cerebros, Fernando González Molina insiste en mostrar el afilado filo de sus colmillos comerciales.
Hay buena técnica y una perceptible alegría en la producción. Y también hay actores con efecto llamada, que han pasado más tiempo en el gimnasio que en un teatro. Y a nada que se desmenuce el guión, sorprenden algunas cosas. No estamos ante la enésima versión de La dama y el vagabundo, porque aquí el vagabundo proviene de clase alta. Ni hablamos de Romeo y Julieta, porque este Romeo tiene algo de Hamlet y su rebeldía es simple frustración edípica. En consecuencia no hay reivindicación generacional ni lectura social. Sólo unos retratos femeninos que supuran egoísmo e instinto manipulador, algunas exhibiciones de testosterona y un pernicioso modelo que daría risa si no tuviera tanto éxito. Un cruce bastardo entre el celofán hollywoodense y el dulce italiano. Empalagoso, falso, bien facturado.