Addicted to love de Liu Hao y Cerro Bayo de Victoria Galardi cerraron la sección oficial con un cine amable y más que correcto
Cuando toda la pólvora de la sección oficial se ha quemado, llega el momento de tratar de percibir cuáles han sido esas líneas fundamentales que confieren la personalidad a cada edición. Estamos ante un año marcado por una tensa sensación de crisis más aparente que real. Las cuestión es sencilla, la mayor crisis que corroe al festival es la que afecta a todo el Estado y se mide en escasez de euros, de ética y de proyectos. De lo primero el festival anda escaso, de lo segundo y de lo tercero, no hay síntomas para alarmarse y eso es lo que parece alarmar: que haya criterios. Tras unos años de seria reflexión, el festival empieza a dar señales de una coherencia interna plausible. Dicho de otro modo. Es cierto que lamentablemente no ha habido esas dos o tres grandes películas a las que siempre se debe aspirar. Pero no lo es menos que, salvo un par de títulos, las películas a concurso hayan ofrecido un nivel aceptable y digno.
Curiosamente muchas de ellas han girado en torno a un paisaje común: la familia. La familia como paisaje y el problema de la identidad como discurso. Y precisamente con la familia como argumento, cerraron ayer la sección oficial dos películas muy alejadas en el espacio geográfico. La china, Addicted to love, de Liu Hao, y la argentina, Cerro Bayo, de Victoria Galardi. Ambas son obras de buena factura. Emotivas, bien construidas, notablemente interpretadas, pero demasiado ortodoxas y por ello excesivamente convencionales, en una edición en la que los filmes que corrían riesgos, como I Saw The Devil, del cineasta coreano, Kim Jee-woon y Misterios de Lisboa, del chileno-francés Raúl Ruiz, sin duda las dos propuestas más sugerentes de este año, han sido recibidas con extrema división de opiniones.
El mayor problema que afecta la percepción del filme chino de Liu Hao se lo provocó de manera inconsciente el propio festival al haber programado horas antes, y dentro de la sección de Perlas de Zabaltegi, la excelente y también familiar película china, Tuan Yuan/ Apart Together de Wang Quan An, ganadora del Oso de Plata al mejor guión del pasado festival de Berlín. El filme de Wang Quan An resulta con respecto a la película de Liu Hao más explosivo en su argumento lo que, en apariencia, restaba interés a Addicted to love. Ambos títulos se sitúan en el mundo urbano de la China contemporánea. Ambos hablan de un reencuentro entre dos personas de edad avanzada, dos jubilados que se ¿unen? tras haber interrumpido una historia de amor de juventud al final de sus vidas. En ambos casos, ese último tren al que tratan de subirse sus intérpretes deviene en alegoría del final de la China que supo de Mao y de la Revolución Cultural. En ambos casos, sus autores transmiten un universo donde la generosidad y actitud de sus protagonistas resultan envidiables.
En el caso que ahora nos compete, el filme de Liu Hao, su tercer largometraje, tizna el meollo argumental con una amenaza que aquí hemos visto en algunos filmes importantes: la enfermedad de Alzheimer. Perteneciente a la llamada sexta generación, es decir coetáneo de los ya consagrados Jia Zhangke y Zhu Wen, Liu Hao muestra brío y coraje con la cámara. Planifica bien y aplica recursos narrativos en un juego inteligente. Bajo la apariencia de filme sencillo, cercano e incluso edulcorado, respira una película inteligente y un cineasta que hace un buen uso del lenguaje cinematográfico. Cierto es que Liu Hao está lejos de las propuestas rigurosas de Jia Zhangke. Como director, se mueve en el campo del melodrama suave y huye de la estridencia tanto formal como argumental a favor de un cine que tal vez no entusiasme a muchos pero que no puede desagradas a casi nadie. Sólo el excesivo cansancio de tantos días de festival puede llevar a ver este Addicted to love sin percatarse de que Liu Hao es un espléndido director lleno de recursos que aquí se ponen al servicio de una película menos simple de lo que aparenta. Sin incurrir en los personales gestos de autoría de los cintados Raúl Ruiz y Jee-woon, Liu Hao representa una tercera propuesta a ser considerado uno de los grandes directores de esta edición.
Cerro Bayo de Victoria Galardi
La seguridad del cine argentino
Argentina siempre hace un buen papel, aunque no siempre gane, acontezca esto tanto en la cancha futbolística como en un evento cinematográfico. En este caso Cerro Bayo, el filme argentino a concurso este año, ya ha ganado el premio Otra Mirada de TVE al mejor filme en el que se tratan temas femeninos. Y a nadie le extrañaría que el filme de Victoria Galardi siguiera sumando premios en Donostia.
Actriz, guionista y directora, Victoria Galardi arranca con un estrambote argumental. La abuela de una familia aparentemente convencional: padre, madre, hijo e hija, planea su suicidio. No le sale del todo bien pero queda en coma, hecho que provoca el regreso de su otra hija, en un contexto de anomalía en el que la comedia se impone al drama. Bajo ese gesto liviano, la cineasta aprovecha el entramado para desarrollar un fresco familiar atento a los personajes. Perspicaz con sus perfiles psicológicos y sin duda ameno en sus anécdotas, con ellas hace avanzar un relato que concluye de un modo relativamente abierto.
Lo más estimable de Cerro Bayo reside en la propia naturaleza del cine argentino: en la calidad de sus actores y en la elaboración de diálogos que conforman ideas y son transmitidas con talento. No todas las cinematografías son capaces de hacer hablar bien a sus personajes ni en todos los lugares éstos se expresan con convicción. En Cerro Bayo eso es lo que se percibe. Concebida de manera ligera, sin querer penetrar en algunos de los barrizales que se insinúa es su argumento, Victoria Galardi prefiere el adorno al pellizco. Esa opción por el ornato oculta las oscuras heridas que su historia lleva dentro. Así se pierden en la sonrisa amable las razones del intento de suicidio de la matriarca y nada se muestra de la frustrada soledad de la hermana –por cierto una especie de réplica ligera y sin la gratificante ambigüedad de Encarnación, de Anahí Berneri– ni de las gélidas relaciones conyugales del matrimonio.
En todo caso, quienes cargan con los instantes más inspirados son los más jóvenes. Él, obsesionado con viajar, ella, empeñada en que una relación sexual con un buen orgasmo beneficiará el gesto de su rostro y le dará el pasaporte definitivo a su elección como reina de la belleza. Como se puede percibir, lo que finalmente acaba interesando a Victoria Galardi se acerca más al tono de las comedias indies norteamericanas, tipo Juno y Miss Sunshine, que al acerado lenguaje de algunas compatriotas como la citada Berneri o Lucrecia Martel. Eso le gana público y le resta alcance. Y es que en el cine, como en la vida, todo es cuestión de opciones y equilibrios.