Título original. EHKY YA SCHAHRAZAD Dirección: Yousry Nasrallah Guión: Waheed Hamed Intérpretes:Mona Zakki, Mahmoud Hemeida, Hassan El Raddad, Sawsan Badr, Rihab El Gamal, Nesrine Amin y Nahed El Sebai Nacionalidad: Egipto. 2009 Duración: 135 minutos ESTRENO: Julio 2010

Del machismo a la corrupción

El Egipto que aparece en este filme huele a diseño y posmodernidad, a lujo y a irrealidad. En él no hay guiños al tópico ni concesiones al prejuicio. Lo suyo cultiva el extrañamiento. En su título original hay una referencia a Sherezade, o sea un enganche con la madre de todos los relatos orientales, ese texto sagrado para los amantes del arte de narrar cuentos que responde al nombre de Las mil y una noches. Pero aquí, donde la cabeza de las mujeres siempre se adivina en permanente peligro, no hay genios maléficos, ni alfombras voladoras. Tampoco asistimos a un millar de crepúsculos, aunque la duración del filme sobrepase las dos horas largas y a veces se pierda en recovecos innecesarios. Lo que aquí se ritualiza, lejos de arabescos oníricos, es una crónica contemporánea que parece hablar del machismo egipcio para denunciar la corrupción política: ¿las dos caras del mismo naufragio social y ético?
Todo en Mujeres de El Cairo se ve atravesado por una brecha insalvable entre la verdad de esa herida de la realidad que denuncia y la impostura de su representación. Desde el pulso narrativo de su director -a veces capaz de gestar secuencias magníficas, inquietantes y rotundas, a veces aplicado a una suerte de populista folletín televisivo-, al propio contenido de las historias que alimenta este relato de relatos, todo circula como una montaña rusa, entre el vértigo deslumbrante y el ensimismamiento anodino. Estamos ante un híbrido desajustado, un cuento naif y “buenista” que se beneficia de las simpatías que origina su denuncia y que se rasga por ese deseo didáctico que no duda en arrojarse en brazos de lo maniqueo.
En otro tiempo, la vanidad occidental hubiera culpado al subdesarrollo periférico tanta simplicidad. Ahora cabe sospechar que el tono que adquiere la película responde más al deseo industrial de sobrevivir en su contexto social y político que a una falta de oficio. Secuencias como las del arranque, llenas de desasosegante misterio, y atmósferas de belleza perturbadora, como el baño de las tres hermanas, son prueba evidente de que Yousry Nasrallah sabe bien lo que hace aunque ese hacer ni encaja, ni quiere/puede encajar con los presupuestos estéticos de la crítica europea del siglo XXI.
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