Camino del descalabro

Título Original: THE TWILIGHT SAGA: ECLIPSE Dirección: David Slade Guión: Melissa Rosenberg; basado en la obra de Stephenie Meyer Intérpretes: Kristen Stewart, Robert Pattinson, Taylor Lautner, Billy Burke, Ashley Greene y Jackson Rathbone Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 125 minutos ESTRENO: Julio 2010

Sobra espacio en esta crónica para desmontar lo que aparece inscrito en su título y lo que se encierra en 125 minutos de pastel gótico y escritura fervorosa. Decir literatura a lo que Stephenie Meyer practica resultaría inapropiado. Lean con detenimiento. Esto es la saga crepúsculo, capítulo eclipse, entrega tercera, material de desecho. Aquí no se nos enfrenta con la oscuridad sino con nada, por favor no confundir con “la nada”. Aquí no hay tinieblas que desencriptar ni sugerentes sombras que perfilen una desazón existencial. Aquí no hay capacidad de reflexión para deletrear ese proceso vivido en clave extrema que marca el paso de la adolescencia a la madurez. Aquí no madura nadie, aquí se envejece con sonrisa de cartón y piedra. Recontar el argumento, derribar su estructura y descalificar a sus artífices no ocasiona mas que pérdida de tiempo. Y sin embargo, si más que mala Eclipse es peor; ¿por qué cientos, miles, millones de espectadores hacen cola para presenciar lo que no se sustancia? Por eso mismo. Porque Crespúsculo desentierra el folletín, el sabor rancio del miedo al cuerpo y pánico al pensamiento. Porque, maseajeados convenientemente por epidérmicos clichés, nada en Crepúsculo rompe la incertidumbre, nada crece, ni por dentro ni por fuera.
Crespúsculo es ese paso que algunos no dan nunca, la infancia que no cesa, la irresponsabilidad de unos arquetipos que insisten en consagrar un modelo en medio de un mundo en crisis. Tan insufrible como la anterior, la de luna llena y cerebro vacío, y mucho más manoseada, porque de ese ir y venir de Bella, entre el vampiro sin colmillos y el lobo sin desgarros, sólo se desprende el ritual de la reiteración, Eclipse insiste en campos de flores con olor a Chanel y besos castos que nunca alcanzan el punto de ignición. El secreto de Meyer, ilustrado con desgana por David Slade, el director de la sobrevalorada y multipremiada en Sitges, Hard Candy -a veces los festivales engendran monstruos-, consiste en su impudor sentimental, una suerte de pornografía conservadora vestida y tapada.
A mitad del filme de Crepúsculo, en los prolegómenos de la épica batalla que se avecina, en la cima de un monte, Bella duerme en una tienda de campaña al lado de sus dos hombres: el lánguido vampiro y el deportivo lobo. O sea, un ménage à trois no consumado pero por eso mismo mucho más trasgresor porque en él todo resulta calculadamente ambiguo. La escena se representa del siguiente modo, tras un tembleque con tiritona de Bella, lobo con el torso desnudo se mete con ella en la cama ante la mirada perpleja de vampiro. Bella duerme -o disimula que lo hace- dando lugar a una declaración entre lobo y vampiro. Aparentemente hablan de ella, de lo que la quieren, de sus deseos,… en algunos fugaces momentos, la cámara de Slade insinúa que Bella les está oyendo. Mientras ella entiende y se ve sin mirar como el centro del deseo, la cámara sugiere por un instante, que lo que vampiro podría llegar a anhelar no es a ella sino a lobo. Ese cálculo perverso de insinuar todo y no afirmar nada, salvo claro está la virginidad de Bella salvaguardada no por ella sino por el ¿casto? vampiro, se resuelve en medio de una narración que alterna diálogos de fotonovela con estampas de grupos de rock gótico y saludables chicos de la playa. La mayoría de los fans atrapados por la serie no ¿reparan? en todo esto pero, en el fondo de su interior, no hay espacio para la duda. Saben que Crepúsculo es el nuevo cine erótico en el tiempo del sexo virtual y el onanismo internauta. Mal cine sin duda, pero nada inocente y menos inofensivo de lo que aparenta.
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