Nuestra puntuación
Escenas de una pareja ¿rota?
Título Original: ALLE ANDEREN Dirección y guión: Maren Ade Fotografía: Bernhard Keller Intérpretes: Birgit Minichmayr, Lars Eidinger, Hans-Jochen Wagner, Nicole Marischka, Mira Partecke, Atef Vogel, Paula Hartmann y Carina Wiese Nacionalidad: Alemania. 2009 Duración: 119 minutos ESTRENO: Julio 2010
Chris y Gitti conforman una pareja clásica en medio de un proceso que nunca se sabe con certeza si camina hacia su fracaso o comienza su consolidación. Ese no saber se impone como el objetivo y la máscara con los que su realizadora, Maren Ade, se aplica a una ardua tarea: revisar el cine de los grandes cirujanos de los sentimientos conyugales. Ella lo hace con el protagonismo de unos personajes que reclaman contemporaneidad. De ese modo se imprime al filme una extraña textura que tan pronto evoca y convoca ecos de Rossellini y Antonioni, como se arma con el distanciamento gélido de las comedias y proverbios de Eric Rohmer. Pero no es ni en Italia ni en Francia, ni siquiera en la Suecia de Bergman, donde se reconoce la precisa caligrafía de Maren Ade, sino en el propio legado del cine alemán, en el que se formuló a comienzos de los años 60 y que en los últimos tiempos practican los jóvenes cineastas germanos que no se apuntan a la comedia banal.
Lo que aquí nos aguarda es una colección de escenas de alcoba con más soledad que sexo, articuladas para diseccionar a dos personajes observados sin complicidad. Maren Ade concibe a ese “entre nosotros” como un “entre ellos” a los que objetiviza hasta desangrar. Ni Chris ni Gitti, perfectamente encarnados por Eidinger y Minichmayr, han sido gestados para agradar. Él representa a un engreído arquitecto, demasiado ensimismado, egoísta y enmadrado. Ella, a una superviviente empeñada en aferrarse al hombre ¿equivocado? Ambos pasan unas vacaciones en Cerdeña, en la casa de la madre de Chris, rodeados de cientos de horribles objetos decorativos y en un escenario kitsch y asfixiante. En esa casa de la madre, en ese lecho primigenio, Maren Ade escenifica el ritual de un final de partida. Un proceso que se levanta sobre la absoluta incomodidad que provocan unos personajes que nunca apelan a la simpatía del espectador. Ese paisaje de un naufragio evidencia la notable capacidad de su directora para rasgar los velos de la representación y vislumbrar el fuego de la verdad. Cuanto menos interesan los personajes más se impone una constatación. Ade posee la actitud arrogante de los grandes hacedores: no ama a sus criaturas, las crea para solazarse con su mediocridad.