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Adrenalina contra el tedio conyugal
Título Original: DATE NIGHT Dirección: Shawn Levy Guión: Josh Klausner Intérpretes: Steve Carell, Tina Fey, Mila Kunis, James Franco, Mark Wahlberg, Common, Kristen Wiig, Taraji P. Henson y Mark Ruffalo Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 92 minutos ESTRENO: Mayo 2010
Cuando el nombre de los actores resulta más prometedor que el de quienes escriben y dirigen las películas, no cabe esperar sorpresa alguna. Lo mejor que ha hecho Shawn Levy han sido las dos partes de Noche en el museo. Lo más reseñable que ha escrito Josh Klausner, es el mediocre Shrek III. Así las cosas, a su lado, la presencia de Steve Carell y Tina Fey, más algunos actores con pedigrí en papeles secundarios, constituye la única esperanza de un filme que, a su pesar, evoca mejores títulos. Su argumento bebe de fórmulas que han dado buenos productos. Con Manhattan como contexto, la noche como iluminación y el enredo como vehículo, películas como ¡Jo, qué noche! (1985) de Scorsese aportaron el inolvidable regusto fundador de la comedia postmoderna.
Duele que Noche Loca, realizada veinticinco años después, resulte más antigua, más convencional, más rutinaria. Ni siquiera aprovecha otra referencia argumental próxima, Mentiras arriesgadas, que también se servía del engaño y del agotamiento de un matrimonio aburrido. Shawn Levy, con actores más polivalentes, saca menos registros que el que James Cameron obtenía de Arnold Schwarzenegger y Jamie Lee Curtis. En cine, la interpretación debe mucho a la mirada del director y aquí la retina de Levy sólo reconoce lo que tiene encima.
Noche Loca arranca con la anemia sentimental de una pareja feliz. Dos niños, mucho trabajo, tarjetas de crédito solventes y amigos que se separan, preludian “su” hundimiento. Con los títulos de crédito todavía salpicando el arranque, Levy da lo mejor de sí mismo. En apenas dos minutos se nos evidencia el corrosivo y devastador efecto de la rutina. Lo que viene a continuación daba para una desopilante aventura. Una salida inusual, una trasgresión leve, usurpar el nombre de otros para colarse en un restaurante de moda y una penitencia descomunal por ese atrevimiento. El convencional matrimonio carga con la culpa de la pareja cuyo nombre han robado, lo que les lleva a vivir una pesadilla de persecuciones de epifánico poder libidinoso e hiperbólica agresión. Mucho de nada y poco de todo. De manera que ese último plano con Carell y Fey arrastrados como cucarachas en celo, deviene, no en alegoría, sino en resumen y signo.