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Tony Stark vuelve a beber: mal asunto
Título Original: IRON MAN Dirección: Jon Favreau Intérpretes: Robert Downey Jr. , Samuel L. Jackson, Scarlett Johansson, Mickey Rourke, Leslie Bibb, Gwyneth Paltrow, Kate Mara y Don Cheadle Nacionalidad: EE.UU . 2010 Duración: 124 minutos ESTRENO: Mayo 2010
Un segundo antes de que aparezca el título del filme, un extraño personaje con el rostro de Mickey Rourke consigue lo que parecía inalcanzable: fabricar una réplica competente y competidora del corazón de Iron man. Con ese otro corazón nace Iron Man 2. Pero lo que parecía una aguda manera de quitar peso al pasado, pronto deviene en espejismo, en humo que se diluye dejando en el aire un chirriar megadecibélico de mucho metal caprichosamente destruido. Como todas las apariciones evanescentes, aquí hay mucho de reflejo invertido, de doppelgänger, de juego de simetrías y de entrecruces asimétricos. Con tanto legado simbólico sorprende que la que había sido una inteligente adaptación al cine de uno de los más entrañables y oxidables héroes de la Marvel, desemboque ahora en la total deserción de Jon Favreau para gestionar el éxito de su anterior trabajo.
En su día ya se dijo que Iron Man ocupa en la galería Marvel el (único) lugar del ser humano. Sus poderes nacen de su inteligencia; su fuerza de su debilidad; su heroísmo de la voluntad de purgar pasados errores y su futuro, de su capacidad de no tropezar en los viejos despropósitos. El atractivo de la primera entrega poseía un motor decisivo. El de la conversión del hijo pródigo. El de la transformación del ángel caído en un luchador fordiano. En la biografía de Robert Downey Jr. había y sigue habiendo desgarros que saben del sinsabor del ascenso y la expulsión. Por eso mismo resultaba atractivo que personaje y actor se hicieran uno. Era una identificación cuyo resultado, implicaciones políticas reconocibles al margen, se antojaba divertida, ingeniosa; bien construida.
Iron Man 1 mostraba la conversión de un fabricante de armas, hijo de papá, millonario caprichoso y narcisista inmaduro en un sujeto capaz de poner en riesgo su vida por el bien común, aunque ese bien común se refiera fundamentalmente al que representa EE.UU.En Iron Man 1, se había aprendido una lección y se había asumido una elección. En Iron Man 2, Tony Stark parece que ha olvidado todo lo aprendido. Su relación con Pepper Potts se hace incomprensible. Su competencia con Hammer parece un chiste. La réplica de Mickey Rourke, otro príncipe caído, parece que dio mejores frutos en noches de/y/en blanco jolgorio que en mañanas de acción y rodaje. Don Cheadle emerge como un replicante políticamente correcto y de Jon Favreau hay más noticias por su papel frente a la cámara como consejero y entrenador de Stark que como el director que alguna vez había sido.
Ocurre que el actor se ha apoderado del personaje y que el personaje ha jubilado al director. Esta grave usurpación de poderes convierte el filme en un campo minado con soflamas retóricas de escaso interés y una caprichosa involución. No hay desarrollo dramático. Ni carne, ni sangre por más que la destrucción lo anegue todo. Su ambición metafórica se tambalea en columnas débiles, orgánicamente descoordinadas y conceptualmente fútiles. Al contrario de lo que Nolan hizo con la segunda entrega de Batman y sin entender, pese a las flaquezas, la opción que Raimi asumió en Spiderman 2, Favreau reanda lo andado. Repite el paisaje onanista del niño rico y eso transforma todo en un acto repetitivo, sonámbulo, vacío. Bajo el signo de la transgresión este Iron Man musita una canción demodé. Resucita la antigua confrontación de la guerra fría con un pellizco estrambótico. Scarlet Johansson convertida en Natasha Romanoff, apellido noble de la vieja Rusia, es su aliada. Rourke, Ivan Vanko, el hijo resentido de un espía soviético, el eterno rival siempre abocado al fracaso. O sea, escasa emoción, poca sensualidad, ningún misterio.