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Bailando con la ira
Título Original: FISH TANK Dirección y guión: Andrea Arnold Fotografía: Robbie Ryan Intérpretes: Michael Fassbender, Rebecca Griffiths, Katie Jarvis, Sydney Mary Nash, Harry Treadaway y Kierston Wareing Nacionalidad: Reino Unido. 2009 Duración: 124 minutos ESTRENO: Mayo 2010
Entre el realismo y el verosímil, el cine narrativo siempre dependerá de aquello que es propio del arte del relato, o sea de lo segundo. Con ser importante que lo que el plano acoja no traicione su adecuación con lo real, lo decisivo siempre descansará en esa sensación de verdad que se agazapa en lo subjetivo. De ahí que el verosímil sea un tesoro tan caro de compartir y tan difícil de consensuar. Fish Tank, la segunda película larga de Andrea Arnold construye un recital soberbio sobre la adecuación al detalle. De ahí que abunden las comparaciones con Mike Leigh, con Ken Loach y con la añeja tradición del realismo británico. En el Reino Unido la herencia del Free Cinema y el influjo de la BBC conforman un inequívoco estilo. Para esa tradición, Andrea Arnold representa una de esas nuevas voces del presente. En su filme anterior, Red Road, un experimento de la factoría de Lars Von Trier, el engarce entre modernidad y pasado se soldaba/saldaba con bien. En esta ocasión, pese a los premios recibidos y los parabienes críticos, sospecho que el resultado es mucho más discutible.
Especialmente porque la rabia descontrolada de su principal protagonista, una quinceañera en pie de guerra, está resuelta a golpe de guión, sometida por el antojo del requiebro argumental y prisionera de una observación culpable: sostener una imagen por encima de un proceso interior. Esa imagen alcanza su plenitud en sus instantes finales, en un baile acompasado de una madre y sus dos hijas, tres poligoneras anglosajonas a las que nadie salvará de su destino. Para llegar hasta allí, Andrea Arnold, carente de la rabia de Tony Richardson y Karel Reisz, desnuda de la fe solidaria de Ken Loach y sin el descarnado talento de Mike Leigh, levanta un trayecto de idas y venidas cuyos pasos resuenan a hueco. Bajo sus pies no hay tierra solida ni material para el abono. De ahí que en la ira de esa quinceañera, interpretada con convicción por la debutante Katie Jarvis, haya escaso interés y poco fundamento. Al margen de cierto atractivo estético, algunos planos-postales y el relativo poder de su sórdido paisaje, esta prisión en la que se ahogan sus intérpretes, hinca la rodilla ante la falta de coherencia de sus situaciones pero levanta el puño gracias a la energía vital de sus interpretaciones.