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El vagabundo del holocausto
Título Original: THE BOOK OF ELI Dirección: Albert Hughes y Allen Hughes Guión: Gary Whitta Intérpretes: Denzel Washington, Mila Kunis, Gary Oldman, Michael Gambon, Jennifer Beals, Ray Stevenson y Frances de la Tour Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 120 minutos ESTRENO: Marzo 2010
Si a lo largo de los últimos años del siglo XX, el cine norteamericano convocó la destrucción de las torres gemelas y el castigo a Nueva York, actitud que Bin Laden deshizo para siempre al hacer real lo simbólico como lo intentaba el Orson Welles de Una historia inmortal, en este comienzo del siglo XXI, se repiten las parábolas postapocalípticas. ¿Quién demonios sueña con el fin del mundo?
El libro de Eli guarda una molesta coincidencia temática con La carretera, el filme inspirado en la prosa de Cormac McCarthy. En ambos casos, sus protagonistas, Mortenssen/Washington, deambulan por un camino que fluye como río encenizado a través de una selva de desolación, ruina, horror y muerte. El dilema familiar de La carretera, la mala conciencia de un padre atormentado por la culpa, deja paso aquí a un paranoico empacho evangélico nacido para enfatizar lo transcendente, pero narrado para ser tan olvidable como olvidado.
Aquí como allí, algo de Mad Max se percibe en la línea de horizonte, algo de situación ya descrita, ya mostrada. Nada nuevo. Otra distopía que gira en torno a un vagabundo errante aquí sostenido por la convicción de que en su interior lleva la palabra de Dios: la última Biblia existente en el mundo.
Tras nueve años de paro absoluto, los hermanos Hughes (Desde el infierno, 2001) salen de su mutismo con un filme solemne, ritual, pretencioso. Lejos del mazazo callejero de su debú, Menace II Society (1993), los Hughes, conscientes de que llevan un vehículo de lujo, (Washington, Oldman, Beals, Gambon,…) acuden a los clásicos y juegan sobre seguro. Hay química prestada por el Kurosawa de Sanjuro y hay luces vespertinas del western crepuscular capaz de clavar a Leone junto a Suzuki. Incluso parece tierno ese guiño a Farenheit 451. Da igual, sus referentes se quedan lejos y todo desprende una molesta sensación de déjà vu que desaprovecha la densidad dramática del guión en favor del mero exhibicionismo escópico. Las peleas se antojan caprichosas y los personajes puro pretexto. La trascendencia resuena a hueca y lo alegórico se llena de impostura. Tan sólo sus minutos finales aciertan a esbozar una idea ¿propia? devorada por la falsedad de la estética de un anuncio de ropa juvenil para BoyScouts ecuménicos.
El libro de Eli guarda una molesta coincidencia temática con La carretera, el filme inspirado en la prosa de Cormac McCarthy. En ambos casos, sus protagonistas, Mortenssen/Washington, deambulan por un camino que fluye como río encenizado a través de una selva de desolación, ruina, horror y muerte. El dilema familiar de La carretera, la mala conciencia de un padre atormentado por la culpa, deja paso aquí a un paranoico empacho evangélico nacido para enfatizar lo transcendente, pero narrado para ser tan olvidable como olvidado.
Aquí como allí, algo de Mad Max se percibe en la línea de horizonte, algo de situación ya descrita, ya mostrada. Nada nuevo. Otra distopía que gira en torno a un vagabundo errante aquí sostenido por la convicción de que en su interior lleva la palabra de Dios: la última Biblia existente en el mundo.
Tras nueve años de paro absoluto, los hermanos Hughes (Desde el infierno, 2001) salen de su mutismo con un filme solemne, ritual, pretencioso. Lejos del mazazo callejero de su debú, Menace II Society (1993), los Hughes, conscientes de que llevan un vehículo de lujo, (Washington, Oldman, Beals, Gambon,…) acuden a los clásicos y juegan sobre seguro. Hay química prestada por el Kurosawa de Sanjuro y hay luces vespertinas del western crepuscular capaz de clavar a Leone junto a Suzuki. Incluso parece tierno ese guiño a Farenheit 451. Da igual, sus referentes se quedan lejos y todo desprende una molesta sensación de déjà vu que desaprovecha la densidad dramática del guión en favor del mero exhibicionismo escópico. Las peleas se antojan caprichosas y los personajes puro pretexto. La trascendencia resuena a hueca y lo alegórico se llena de impostura. Tan sólo sus minutos finales aciertan a esbozar una idea ¿propia? devorada por la falsedad de la estética de un anuncio de ropa juvenil para BoyScouts ecuménicos.