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De maldición en maldiciónTítulo Original: THE WOLFMAN Dirección: Joe Johnston Guión: Andrew Kevin Walker y David Self; basado en el guión de Curt Siodmak Intérpretes: Benicio del Toro, Anthony Hopkins, Emily Blunt, Hugo Weaving, Geraldine Chaplin y Elizabeth Croft Nacionalidad: Reino Unido y EE.UU. 2009 Duración: 104 minutos ESTRENO: Febrero 2010
De todos los mitos terroríficos de la modernidad, le cabe al hombre lobo el dudoso honor de cargar con una maldición no verbalizada: la del fracaso. Pese a hundir sus orígenes en el corazón de las leyendas griegas, Zeus está detrás del primer hombre lobo de la historia, todas las películas que se han hecho en torno a este personaje carecen de glamour. De modo que ese éxito del que han disfrutado sus compañeros; el “joven” monstruo de Frankenstein y el vetusto conde Drácula, a él se le niega. Es un extraño caso de maldición sobre maldición. El hombre lobo, a menudo anónimo y eterna víctima, es un perdedor vocacional, un alma en pena que alumbra cuentos, fábulas, relatos, ensayos y novelas y al que, al final, siempre le aguarda la muerte como única salida.
En el cine, el hombre lobo carece de suerte. Paul Naschy le dedicó toda su vida y su vida se convirtió en icono freakie. Con él ganó poco dinero, aunque se garantizó un pequeño lugar en la historia. La versión de Benicio del Toro no ha podido eludir el peso de ese ¿sortilegio? Sobre esta versión dirigida por Joe Johnston (Parque Jurásico III, Jumanji), hombre de confianza de George Lucas, ha sobrevolado el conflicto. Sometida a retrasos, remontajes y rectificaciones, la película se mueve en dos registros muy diferentes. Uno, el que podía haber alumbrado una versión fascinante, se oculta en su guión. El otro, el que ambicionaba un éxito inmediato, salta a la vista. El primero está hecho de sutilezas, crece sobre un enfrentamiento “edípico”, corre sangre gótica por sus venas, descansa sobre un actor shakespeareano que antes de ser lobo encarnaba a Hamlet, Macbeth y Ricardo III y sabe de la angustia del fantasma de una madre muerta.
Benicio del Toro, empeñado y comprometido con esta historia, no encuentra en Johnston el aliado inteligente que buscaba. Johnston, sometido a la necesidad de rentabilizar una inversión de serie A con un personaje de vocación B, (con)cede mucho terreno al sobresalto y la confusión. Cuando es eso lo que preside la pantalla, el filme languidece. Cuando se impone la fuerza fundacional de la leyenda recreada a la luz del duelo fraticida entre Hopkins-Del Toro, el filme grita por la ausencia de ese Coppola que Drácula tuvo y él no ha encontrado.
De todos los mitos terroríficos de la modernidad, le cabe al hombre lobo el dudoso honor de cargar con una maldición no verbalizada: la del fracaso. Pese a hundir sus orígenes en el corazón de las leyendas griegas, Zeus está detrás del primer hombre lobo de la historia, todas las películas que se han hecho en torno a este personaje carecen de glamour. De modo que ese éxito del que han disfrutado sus compañeros; el “joven” monstruo de Frankenstein y el vetusto conde Drácula, a él se le niega. Es un extraño caso de maldición sobre maldición. El hombre lobo, a menudo anónimo y eterna víctima, es un perdedor vocacional, un alma en pena que alumbra cuentos, fábulas, relatos, ensayos y novelas y al que, al final, siempre le aguarda la muerte como única salida.
En el cine, el hombre lobo carece de suerte. Paul Naschy le dedicó toda su vida y su vida se convirtió en icono freakie. Con él ganó poco dinero, aunque se garantizó un pequeño lugar en la historia. La versión de Benicio del Toro no ha podido eludir el peso de ese ¿sortilegio? Sobre esta versión dirigida por Joe Johnston (Parque Jurásico III, Jumanji), hombre de confianza de George Lucas, ha sobrevolado el conflicto. Sometida a retrasos, remontajes y rectificaciones, la película se mueve en dos registros muy diferentes. Uno, el que podía haber alumbrado una versión fascinante, se oculta en su guión. El otro, el que ambicionaba un éxito inmediato, salta a la vista. El primero está hecho de sutilezas, crece sobre un enfrentamiento “edípico”, corre sangre gótica por sus venas, descansa sobre un actor shakespeareano que antes de ser lobo encarnaba a Hamlet, Macbeth y Ricardo III y sabe de la angustia del fantasma de una madre muerta.
Benicio del Toro, empeñado y comprometido con esta historia, no encuentra en Johnston el aliado inteligente que buscaba. Johnston, sometido a la necesidad de rentabilizar una inversión de serie A con un personaje de vocación B, (con)cede mucho terreno al sobresalto y la confusión. Cuando es eso lo que preside la pantalla, el filme languidece. Cuando se impone la fuerza fundacional de la leyenda recreada a la luz del duelo fraticida entre Hopkins-Del Toro, el filme grita por la ausencia de ese Coppola que Drácula tuvo y él no ha encontrado.