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El crepúsculo de la plenitud
Título Original: CHERI Dirección: Stephen Frears Guión: Christopher Hampton; basado en la novela homónima de Colette Intérpretes: Michelle Pfeiffer , Rupert Friend, Kathy Bates, Frances Tomelty, Tom Burke y Hubert Tellegen Nacionalidad: Reino Unido, Alemania y Francia. 2009 Duración: 100 minutos ESTRENO: Febrero 2010
Cualquier espectador sabe que lo que caracteriza a los textos artísticos es su capacidad de denotar diferentes niveles de discurso. En consecuencia todo es cuestión de saber escuchar. De estar atento a los indicios. De sortear las apariencias para percibir los significados más hondos. Ante Chéri , por desgracia, han proliferado los oídos sordos. El hecho de que venga firmada por el tándem Frears-Hampton y que en ella reine Michelle Pfeiffer, lleva a evocar Las amistades peligrosas. Sin embargo nada hay en Chéri, salvo ciertas coincidencias formales, que tenga que ver con la historia escrita por Choderlos de Laclos en siglo XVIII.
Chéri habla de un tiempo muy distinto. Se ancla en los denominados felices años 20, en esa lengua de tiempo que llevó al mundo del horror de una guerra de trincheras y gases tóxicos hasta el delirio de los campos de exterminio y las bombas atómicas. En Chéri, Frears se enfrenta a la decadencia del cuerpo, al envejecimiento del ánimo, al crepúsculo de una sensualidad que vive sus últimos gozos desde la certeza de que no hay posibilidad de retorno. Y de las múltiples lecturas que de Chéri pueden hacerse, hay una que resulta demoledora. Tras la luz de las alcobas de las cortesanas de la belle époque se convoca la disolución del propio texto fílmico. Por eso no comparto la impresión de que aquí Frears trate de reeditar aquel encuentro triangular entre Close, Pfeiffer y Malkovich.
Lo que está en juego no es el deseo sino la necesidad. Frears no habla del libidinoso placer corporal, sino del desamparo del espíritu. Lo que aquí agoniza es la quimera de la plenitud, una bonanza dibujada con frivolidad y alegría pero abocada a culminar en retratos de lágrimas y silencios. En Chéri hay bastante de lo primero y poco o nada de lo segundo. Pocas veces nos es dado disfrutar de un filme tan locuaz, tan cruel y tan melancólico en el que los adornos verbales y el juego mordaz de venganzas y envidias sólo vaticinan el vacío y el suicidio. Si a Chéri/Friend le otorgamos el valor simbólico del cine y a Léa/Pfeiffer el papel de Frears, obtendremos un oscuro presagio. Un epitafio fílmico que Frears recita como un réquiem trémulo, herido y quejumbroso. Lástima que su Chéri sea tan epidérmico, tan soso, tan hueco.