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Hijos del sueño, padres de la frustración Título Original: REVOLUCIONARY ROAD Dirección: Sam Mendes Guión: Justin Haythe a partir de «Vía Revolucionaria» de Richard Yates Intérpretes: Leonardo DiCaprio, Kate Winslet, Michael Shannon y Kathryn Hahn Nacionalidad: EE.UU. y Reino Unido. 2008 Duración: 119 minutos ESTRENO: Enero 09
El instante decisivo de Revolutionary road parece sacado de El cartero siempre llama dos veces. Lo rescataré para quien la haya visto, pero no lo contextualizaré para quien todavía está a la espera. Corresponde a un apasionado coito en la cocina familiar. Frank y April, un matrimonio con dos niños, pasan por un momento de incertidumbre, ¿la crisis de la edad adulta? Sea como fuera, la pareja, que cifra sus esperanzas en París, como las víctimas de Casablanca, hace el amor arrebatadamente en la cocina. ¿Recuperación de una pasión juvenil? ¿La última pulsión adolescente? La respuesta es irrelevante, lo decisivo es que, durante el acto, de manera fugaz pero perceptible, Sam Mendes, director de la película, muestra un gesto contradictorio en el rostro de April, como si April quisiera detener la penetración por alguna causa. No la detiene y en consecuencia, en esa duda se inscribe un temor preexistente, un duelo entre eros y tánatos y un riesgo ¿mal calculado? porque a lo que el espectador asiste acaso no sea al comienzo de algo, sino al final de todo. Un todo en el que Mendes pone muchísimimo cuidado en repartir las culpas. Esta no es una obra leve de bondades maniqueas sino una radiografía grave de responsabilidades, miedos y culpas y éstas a todos salpican.
Revolutionary road no es una película cómoda. Su arranque argumental nace de una novela modélica de Richard Yates admirada por Tennessee Williams. De hecho, a nadie le hubiera extrañado si hace cuarenta años se hubiera escogido para interpretarla a Paul Newman y Elizabeth Taylor, como hicieron con La gata sobre el tejado de zinc del citado Williams. En la herida existencial que amenaza con pudrir la relación de Frank y April, en su angustia vital, sobrevuela ese tono psicologista muy propio del cine de los años 50, como el que dirigía Elia Kazan. ¿Podemos creer que es inocente o casual, que Mendes escoja a la nieta de Kazan, para hacer de ella el cuerpo de la infidelidad con la que Frank trata de compensar su frustrada existencia marital? Desde luego que no, como no es fruto del capricho ni del azar que se respete el marco original de los años 50 y que todo el público reconozca e identifique ese vacío como propio del comienzo del siglo XXI. Y es que Revolutionary road es un melodrama perverso, un constructo fabricado con malévola precisión para incomodar las retinas, para ahogarlas con su demanda de madurez
Mendes utiliza la novela de Yates para preguntar(se) por la posibilidad de la singularidad del ser humano. ¿Podemos ser especiales? Frank y April, dos jóvenes guapos criados bajo el lema del “nacidos para triunfar”, se enfrentan a la treintena con un debate crucial. Se están haciendo mayores y los sueños aparcados empiezan a diluirse en el olvido. Sus viejas ambiciones se oxidan. La frustración personal de April, cuyas aspiraciones artísticas han encallado, pone en marcha un peligroso mecanismo de alerta: una huida hacia adelante que conlleva arrastrar a toda la familia.
A veces, Revolutionary road parece haber sido rodada en clave de terror. Hay una atmósfera de decadencia, una cultivada fealdad, una insana lucidez que levanta un reflejo deformante pero preciso ante el que se enfrenta el público. No hay aventurillas, ni glamour, ni coartadas evasivas. Es un cine incómodo de crisis y vacío, es una película llena de matices, de subtramas, de imperceptibles gestos que encienden la máquina de las dudas. Sus personajes exudan hiperrealismo y una suerte de ausencia fantasmagórica. Por eso se nos aparece como una gran y atemporal película. Porque si se reconstruye y evoca, nos arroja a las garras de la inaccesibilidad de la existencia.