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Robando a Dickens con descaro Título Original: GHOSTS OF GIRLFRIENDS PAST Dirección: Mark Waters Guión: Jon Lucas y Scott Moore Intérpretes: Matthew McConaughey, Jennifer Garner, Michael Douglas , Breckin Meyer, Lacey Chabert , Robert Forster y Anne Archer Nacionalidad: EE.UU. 2009 Duración: 100 minutos ESTRENO: Enero 10
Hay que echarle valor para reescribir el Cuento de Navidad de Charles Dickens en clave Sexo en Nueva York pasado por la turmix de La boda de mi mejor amigo para, finalmente, sazonarlo con un poco de misoginia y machismo al estilo de Lo que piensan las mujeres. Sólo desde las alcantarillas Hollywood se puede apostar por un atropello tan descomunal y salir económicamente indemne. Y sólo desde el corazón del exceso narrativo, nada que ver con ese otro cine noble y profesional que también se fabrica en las cercanías de Sunset Boulevard, se puede poner en marcha una operación cuyo alcance artístico termina justo cuando comienza la película.
Y no obstante, algo había en ese disparate que podría haber merecido la pena, si alguien se lo hubiera tomado en serio. Pero no, aunque la sombra de Dickens se hace perceptible a los quince minutos de su inicio, su esencia jamás se persona. La culpa hay que cargarla en el debe de Jon Lucas y Scott Moore, un dúo aplaudido incomprensiblemente por su errático Resacón en Las Vegas, versión yanqui del psicotrónico Airbag y pálida copia del corrosivo Very bad things.
Lucas y Moore utilizan el esqueleto argumental de Cuento de Navidad para glosar la salvación afectiva de un descerebrado casanova posmoderno movido por una vieja herida recibida en la guerra del amor, cuando apenas era un niño. La boda de su hermano y el regreso a la casa familiar, en la que todavía se recuerdan las andanzas del crápula de su tío, ponen en marcha esta coreografía del error. En ella, Michael Douglas se pasea como fantasma a un vaso de whisky pegado y Matthew McConaughey se contornea como gallo en gallinero ajeno en un cacareo del que no se sabe dónde empieza la vanidad del actor y cuándo se aplica el exigible y ¿exigido? trabajo interpretativo.
Tampoco Jennifer Garner (Elektra, Daredevil, Juno) encauza lo que el director Mark Waters (Las crónicas de Spiderwick, Ojalá fuera cierto, Chicas malas) deja que se abisme por el camino de la autocomplacencia. Sin nadie dispuesto a imponer sensatez, todo se diluye en la nada, todo se desmorona en medio de un discurso que trueca el humanismo social dickensiano por la hipertrofia cinematográfica de quien nada tiene que decir.