Entre la sombra de Kinski y la huella de Keitel Título Original: BAD LIEUTENANT: PORT OF CALL NEW ORLEANS Dirección: Werner Herzog Guión: William Finkelstein Intérpretes: Nicolas Cage, Eva Mendes, Val Kilmer, Tom Bower y Jennifer Coolidge Nacionalidad: Francia y Reino Unido. 2009 Duración: 121minutos ESTRENO: Enero 10

No tengo constancia de que se haya dicho, pero flota en el aire la sensación de que Werner Herzog ha encontrado en Nicolas Cage el Klaus Kinski que desde Cobra Verde (1987) había perdido de manera irreparable. Bueno, no exactamente. Porque en 1999, Herzog realizó Mi enemigo íntimo, un documental-homenaje a Kinski y un ejercicio de pornografía emocional en el que se licúa la conclusión de que Herzog y Kinski podían haber representado una variante bizarra de La guerra de los Rose en clave hiperbólica, megalómana y tan misántropa como increíble. Su odio fue pantagruélico. «Le rompería la cara, le cortaría la cabeza, lo mataré con mi fusil…» dejó escrito sobre Herzog el padre de Nastassja Kinski en su biografía titulada, paradójicamente, Yo necesito amor.
En cambio Werner Herzog, que no es de los que proclamen necesidades afectivas, no podía ignorar que desde su ruptura con Kinski, quien falleció en 1999, su filmografía ha dado mejores resultados fuera del cine de ficción. Sin Kinski, las epopéyicas incursiones de Herzog ya no lo eran.
Claro que para Herzog eso de la ficción y del documental siempre resulta impreciso, ambiguo y ambivalente. De ahí que con este Teniente corrupto, más allá de la causística de su argumento, emerja ese personaje central, alucinado, excesivo hecho de dolor psicótico que Kinski asumía como su propia piel. No parece fortuito que en Teniente corrupto, la actitud de Nicolas Cage, su personaje, su permanente caminar oblicuo y apesadumbrado, fantasmal y culpable se acerque mucho más al estar del protagonista de Nosferatu y Fitzcarraldo que al Harvey Keitel del filme de Abel Ferrara del que Herzog extrae su esqueleto argumental.
Como con Herzog nunca nada es lo que parece y todo pertenece al terreno de la trasgresión, el estreno de este Teniente corrupto en el último festival de Venecia tuvo lugar en presencia de un despechado Abel Ferrara que afirmaba haberse sentido traicionado. ¿Pelea de dinosaurios? Si así fuera, Herzog lleva las de ganar porque entre la sombra de Kinski y la huella de Keitel, la balanza se inclina hacia el alemán.
Poco importa si realmente Herzog ha visto o no el filme homónimo de Ferrara. Lo que resulta decisivo es que este remake, o sea este rehacer, cumple con su misión y no se limita a volver a contar lo mismo. La estrategia de Herzog no sólo consiste en cambiar el escenario: la atmósfera opresiva de las calles de Nueva York por la devastación de la Nueva Orleans post-Katrina. Herzog va más lejos. Entre el teniente que era Keitel y el teniente que es Cage se establece un juego de siniestros ecos, de disonancias y de desacordes. Tan cerca y tan lejos, Keitel y Cage caminan de espaldas. Herzog, hombre de escasos prejuicios religiosos, coloca a Cage en la orilla contraria a la que recorría la pasión y muerte del personaje de Ferrara. Uno tenía visiones crísticas, el otro, parece estar conectado con el príncipe del averno. Es desde esa amoralidad donde Herzog reinventa el hundimiento de un policía atrapado por sus vicios, por el juego, las deudas y todas las drogas que introduce en su interior. Pero, lejos de la actitud redentora de Ferrara, Herzog construye su pesadilla como si se tratara del juego de un prestidigitador. Hay destellos de locura y secuencias que devienen en lo extrafalario. Y Nicolas Cage, un actor tan irregular, tan sobrado y tan incontrolable, encuentra en Herzog un director que lo lanza al abismo de la incontención y el histrionismo. Para Herzog, este Teniente corrupto representa su reencuentro con aquel alter ego desbocado que cultivó hace años con el rostro de Kinski. Para Cage, Herzog representa un paso de no retorno.
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