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Al final del camino
Título Original: SOOM Dirección y guión: Kim Ki-duk Intérpretes: Chang Chen, Zia, Ha Jung-woo, Kang In-hyung, Kim Ki-duk, Lee Joo-seok, Oh Sun-tae, Kim Eun-seo Nacionalidad: Corea del Sur. 2007 Duración: 84 minutos ESTRENO: Julio 08
El mayor peligro que corren cineastas como Kim Ki – duk descansa en la perversión de aquello que les confería su singularidad: la fosilización de sus señas de identidad. Por ejemplo en Aliento todo proclama y reivindica la autoría de Kim Ki – duk. Cada brochazo, cada línea, cada gesto grita su nombre. Pero tanta ratificación en lo que se es hace que se presienta un efecto homogeneizador que aplana sus peculiaridades hasta hacer que Aliento dé la impresión de ser un filme que ya hemos visto. Esa misma perseverancia hace que, a la hora de diseccionar su contenido, usemos las mismas referencias que ya formulamos ante otros títulos. Por ejemplo escribí hace algún tiempo a propósito de El Arco que “Hay en todo el cine de Kim – duk una insufrible sensación de dolor oceánico, de tensión insoportable, de desgarro profundo en donde sólo es posible encontrar la paz a través del sacrificio extremo. (…) En ese sentido, la mayor virtud del cine de Kim Ki-duk emana de su capacidad para conjurar poderosos iconos llenos de ambiguo sentido. De esa cualidad iconográfica y de su poderosa y pormenorizada puesta en escena que a partir de los elementos mínimos sabe convocar los máximos sentidos”.
Elementos mínimos, sentidos máximos… ahí escala una y otra vez este director coreano al que en su país natal no quieren demasiado, porque no se embriaga de melodrama. Ki – duk no subraya, no acentúa, no exagera los perfiles psicológicos de sus personajes para que el espectador se identifique con ellos. Al contrario. Enfría, aleja, dificulta… Cuando irrumpió en el panorama internacional con películas como Cocodrile y La isla, esa mezcla de violencia hierática y de martirio sin gemidos conmocionó a medio mundo. Paulatinamente sus personajes han perdido el olor de la calle para asumir una identidad estilizada, ajena a lo real. A mayor plasticidad coreográfica, mayor desasosiego, mayor desamparo, mayor abstracción.
En esa deriva manierista algo permanece inmutable: la asfixia y la tormentosa relación entre los sexos. En el cine de Kim Ki – duk, la muerte siempre ha estado presente. Una muerte que a menudo sobreviene por la falta de aire, de ahí la importancia del agua en muchas de sus películas, de ahí el terrible destino que les aguarda a sus personajes (masculinos) a los que la muerte les ahoga literal y simbólicamente. Si en su primer filme su protagonista vivía debajo de un puente y aprendía del sentido del amor al salvar a una joven suicida, en Aliento dos cadáveres que respiran protagonizan un breve encuentro.
Uno, un condenado a muerte, desea adelantarse a la hora de su ejecución porque la espera se le hace insoportable; la otra, una mujer infelizmente casada con un marido autoritario muy semejante al que era castigado en Hierro 3, se siente tan muerta como atraída por las noticias que le llegan a través del televisor de los intentos de suicidio de ese condenado a muerte. ¿Extraña historia? Naturalmente. El cine de Ki – duk se alimenta de personajes desprovistos de anclaje con lo común, desvestidos de disfraces emocionales y forzados a asumir un terrible destino.
De nuevo y aquí Ki – duk repite su letanía tántrica, su rezo lírico: inhalar, exhalar; vivir, morir; amar, odiar. Aquí no hay sorpresa para quien ya conozca su cine. Aquí hay una nueva vuelta de tuerca a esa desesperada proclama que confiere a este coreano un espacio único en el que él no se cansa de estar. La cuestión es que muchos de quienes le seguían con fervor empiezan a estar cansados. A él no le importa, tampoco a ellos. ¿Hay aliento?
Elementos mínimos, sentidos máximos… ahí escala una y otra vez este director coreano al que en su país natal no quieren demasiado, porque no se embriaga de melodrama. Ki – duk no subraya, no acentúa, no exagera los perfiles psicológicos de sus personajes para que el espectador se identifique con ellos. Al contrario. Enfría, aleja, dificulta… Cuando irrumpió en el panorama internacional con películas como Cocodrile y La isla, esa mezcla de violencia hierática y de martirio sin gemidos conmocionó a medio mundo. Paulatinamente sus personajes han perdido el olor de la calle para asumir una identidad estilizada, ajena a lo real. A mayor plasticidad coreográfica, mayor desasosiego, mayor desamparo, mayor abstracción.
En esa deriva manierista algo permanece inmutable: la asfixia y la tormentosa relación entre los sexos. En el cine de Kim Ki – duk, la muerte siempre ha estado presente. Una muerte que a menudo sobreviene por la falta de aire, de ahí la importancia del agua en muchas de sus películas, de ahí el terrible destino que les aguarda a sus personajes (masculinos) a los que la muerte les ahoga literal y simbólicamente. Si en su primer filme su protagonista vivía debajo de un puente y aprendía del sentido del amor al salvar a una joven suicida, en Aliento dos cadáveres que respiran protagonizan un breve encuentro.
Uno, un condenado a muerte, desea adelantarse a la hora de su ejecución porque la espera se le hace insoportable; la otra, una mujer infelizmente casada con un marido autoritario muy semejante al que era castigado en Hierro 3, se siente tan muerta como atraída por las noticias que le llegan a través del televisor de los intentos de suicidio de ese condenado a muerte. ¿Extraña historia? Naturalmente. El cine de Ki – duk se alimenta de personajes desprovistos de anclaje con lo común, desvestidos de disfraces emocionales y forzados a asumir un terrible destino.
De nuevo y aquí Ki – duk repite su letanía tántrica, su rezo lírico: inhalar, exhalar; vivir, morir; amar, odiar. Aquí no hay sorpresa para quien ya conozca su cine. Aquí hay una nueva vuelta de tuerca a esa desesperada proclama que confiere a este coreano un espacio único en el que él no se cansa de estar. La cuestión es que muchos de quienes le seguían con fervor empiezan a estar cansados. A él no le importa, tampoco a ellos. ¿Hay aliento?