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Odisea espacial de un Robinson astronauta
Título Original: MOON Dirección: Duncan Jones Guión: Nathan Parker; basado en un argumento de Duncan Jones Intérpretes: Sam Rockwell, Kevin Spacey , Dominique McElligott y Kaya Scodelario Nacionalidad: Gran Bretaña. 2009 Duración: 97 minutos ESTRENO: octubre 2009
En los cráteres de Moon se adivinan con facilidad los préstamos de aquellas películas que le precedieron en el terreno de la ciencia ficción. En ese sentido, Moon no se molesta en disfrazar de originalidad lo que, por otra parte, no pretende serlo. Al contrario, se diría que Duncan Jones sigue una estrategia nada inocente por la que va apuntalando su verdadero viaje a partir de referencias a algunos de los principales clásicos del género para, desde el fondo de la pista de baile de tantos referentes, dejar que su mirada particular poco a poco emerja para mostrar su verdadero rostro.
Y es que Moon, filme de factura indie, emanado de Sundance, legitimado en Sitges y convertido en pequeña pieza destinada al culto, posee una naturaleza de espejismo, de alucinación, de extrañamiento porque sólo al final sabremos que sus ambiciones argumentales no pertenecen al mundo del espacio. O sea, Moon, aunque existan en ella guiños, retazos y pinceladas de esos filmes reconocibles y reconocidos, no trata de penetrar en esos paisajes de planetas prohibidos, odiseas espaciales y guerras galácticas. Con asumir su existencia, con utilizar algunos recursos como la presencia de Gerty, una mezcla calculada entre el Hal de Kubrick y el robot de Fred M. Wilcox, la operación de Duncan Jones apunta hacia otro lado. Es muy de agradecer que en el tiempo de los espectaculares efectos esp@ciales, Moon no oculte su condición de filme de bajo presupuesto, al tiempo que evita la chapuza técnica de quien abarca demasiado. En un primer filme significa mucho la capacidad de equilibrio de quien dirige la nave y, en ese sentido, Jones jamás resbala en zona de barro y hielo, en naturaleza de ciencia y ficción como es ésta. Cierto que Duncan Jones no es un primerizo. Actor antes que director, Jones ha escogido para iniciar su carrera un filme que obliga a pensar en la que fue la verdadera tarjeta de presentación de su padre, David Bowie: Space Odity.
En aquella canción, Bowie relataba la soledad, el naufragio y la irremisible muerte de un astronauta perdido en el espacio. En Moon, su hijo desarrolla la historia de un astronauta solitario al mando de una base lunar y con la única compañía de un ordenador-robot.
Si en Planeta prohibido podía rastrearse en la médula de su argumento la huella del Shakespeare de La Tempestad, en Moon cabría percibir el sustento de aquel ensayo nada banal que Frank Kafka escribiera sobre la edificación de la Muralla China y cómo, cada cierto tiempo, los trabajadores de empresa tan descomunal eran cambiados de lugar para evitar su agotamiento psicológico, para incentivar su esfuerzo y para contener la desesperación que representa aplicarse en un trabajo casi eterno.
Como en la referida historia del autor de Carta al padre, en esa base lunar, obra inacabable, el astronauta solitario debe cumplir su misión durante tres años. Cada tres años, un nuevo relevo, le sustituirá y él regresará victorioso al hogar. Esa es la apariencia del juego, su desenlace no es sino la razón de ser de un filme acometido con rigor y soportado por el esfuerzo múltiple de su casi único protagonista, Sam Rockwell.
Estamos ante un filme alumbrado cuando se cumplen cuarenta años de la primera visita del hombre a la luna y del filme cumbre del género, 2001. Una odisea espacial. Y, ¿quién sabe? si no será sino una manera de homenajear a su propio padre porque Duncan Jones, a diferencia de Kafka, no parece provenir del territorio de la angustia paterna. Su motivación obedece más a reivindicar la singularidad y dibujar una distopía en la que la ambición del ser humano es capaz de reinventar el mito de Sísifo.