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Cuando en 1955 Orson Welles rodó «The Land of the Basques», lo hizo, como es natural, con la prosa cinematográfica del cine documental de su tiempo. Eso reclamaba una actitud didáctica e imponía el protagonismo del cineasta que era quien interactuaba con los desconocidos protagonistas de su acta notarial sobre el País Vasco.