“Hellboy” tuvo un padre al que le debe su ADN primigenio: el ilustrador y escritor de cómic californiano, Mike Mignola (Berkely, 1960). Pero en su traspaso al cine, “Hellboy” se encontró con un padrino que no se conformó con ilustrar lo que había nacido para las páginas impresas, sino que le confirió ecos de su propia existencia.
Diez años y más de veinte largometrajes después, la máquina de alta precisión e infinitas ganancias de la Marvel desemboca en su sublimación, en la apoteosis, en la madre de todas las batallas y el cambio de paradigma.
Como subraya su título, “Endgame”, estamos ante un final de ciclo, una clausura de era cuyos detalles deben ser silenciados con precaución porque, en los últimos tiempos, se ha desatado una infantil obsesión enfermiza contra los llamados spoilers.
único capaz de sostener la mirada al cine de EE.UU., Luc Besson aparece como un francotirador insolente capaz de levantar edificios barrocos y complejos hechos de FX y Ciencia-ficción. Un combatiente que saquea sin pudor los buques insignia construidos por los grandes pesos pesados del cine yanqui como George Lucas y Steven Spielberg.
La capacidad del consumismo para vaciar de significado lo que manufactura alcanza su sublimación en Star Wars, un texto sobrevalorado que abona una eficaz estética para imponerse gracias a la fascinación humana por el sincronismo, el orden y la geometría.