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Todo Poe para adolescentes posmodernos
Título Original: THE RAVEN Dirección: James McTeigue Guión: Ben Livingston y Hannah Shakespeare Intérpretes: John Cusack, Luke Evans, Alice Eve, Brendan Gleeson y Kevin McNally Nacionalidad: EE.UU, Hungría y España. 2012 Duración: 110 minutos ESTRENO: Junio 2012
El primer impulso que alienta esta incursión en el universo Poe se parece mucho al que hace 30 años unió a dos directores estrella del comienzo de los años 80. Me refiero a Francis Ford Coppola y Win Wenders. El primero ejercía de productor y estaba decidido a independizarse de Hollywood. De haberlo conseguido, probablemente Hollywood se hubiera desangrado y eso, era algo que el imperio de Los Ángeles no estaba dispuesto a permitir. El otro socio de esa aventura se había (auto)proclamado como el más grande cineasta europeo de su generación. Desde Murnau y Lang, el cine alemán no había exportado a nivel internacional un director como ellos. Wenders, uno de los jóvenes airados que reinventó el cine germano, aparecía como menos delirante que Herzog, menos desgarrado que Fassbinder y menos político que Schlöndorf. Todos esos menos convocan indefectiblemente un más. Más público, más mercado.
Así fue como Coppola, el amigo americano, llamó a Wenders para dar una vuelta de tuerca al cine negro clásico. Al fin y al cabo, el cine negro nació del cruce entre el expresionismo alemán y el naturalismo yanqui. El intento se tituló Hammett y supuso un estrepitoso fracaso. La idea base de Wenders aspiraba a entrelazar al novelista con sus personajes, quería abrochar en un relato, al escritor con sus criaturas, una suerte de biografía ficcionada empeñada en romper los límites.
The raven, o si lo prefieren, El enigma del cuervo, utiliza la misma suerte de (con)fusión. Todo comienza en Baltimore, en el momento en el que un agonizante Poe espera en un banco del parque el momento de su muerte. El director de V de Vendetta, ayudante de los Wachowski en The Matrix, dedica casi dos horas a desarrollar un guión que se empecina en zurcir retazos de los diferentes relatos de Poe; una suerte de pastiche que tampoco es ajeno al argumento de Instinto básico. Aquí, como en el filme de Verhoeven, al cometerse una serie de terribles asesinatos al estilo de los que un escritor ha imaginado, Poe en este caso, el autor se convierte en sospechoso de un enigma policíaco.
Durante algunos minutos, en varias de sus secuencias, el filme parece aspirar a penetrar en esos recovecos solemnes en torno a la locura y la imaginación, la violencia y la redención, que caracterizan a Poe. Pero pronto se advierte que estamos ante un espejismo. Una sombra que argumentalmente prefiere la convención a la introspección; que apuesta por el juego de efectos frente a la exigencia de adentrarse en el universo Poe, uno de los grandes conocedores del dolor humano.
Sin noticias del hálito poético que atraviesa uno de esos poemas que fusionan lo fantástico con el lirismo, el enigma de este filme resulta pobre, más propio de un capítulo televisivo que de un filme de autor. Tampoco el reparto parece haber seguido un pálpito feliz. Así que todo en esa invasión embarullada, desnortada y tan solo sostenida por los ecos lejanos del imaginario de Poe, se desliza por el camino de lo rutinario. Un camino en el que se suceden en vano alusiones enciclopédicas al testamento literario de Poe; un legado que los responsables de este filme toman en vano, sin compromiso y sin saber muy bien por qué o para qué han acometido esta incursión con tan poca convicción en lo que están contando.