El 13 de febrero de 1933, en un minúsculo municipio de Arcadia, en pleno Peloponeso, nació Costa Gavras. O sea, ha cumplido 86 años y ahora estamos celebrando el medio siglo del filme que lo presentó al mundo: “Z”. Con “Z”, la historia del asesinato del político demócrata griego, Grigoris Lambrakis, en 1963, despegó la carrera de un cineasta de origen heleno que casi siempre se ha movido bajo bandera extranjera.
Cada vez que se estrena un nuevo filme de Woody Allen hay que referir una cuestión decisiva para comprender los mecanismos de su trabajo. En la década de los 80, en plena madurez personal, con el descalabro del tiempo de cerezas que vivió junto a Diane Keaton, actriz con la que siempre ha mantenido una relación amistosa, Allen intentó emular el cine de sus dos mayores referentes: Federico Fellini e Ingmar Bergman.
Un plano obsesivo y largo recoge la conversación entre dos personajes que evidencian una relación paterno-filial. El adulto desgrana un cuento de noche, un relato para dormir ante la incesante réplica de su joven interlocutor. La fábula que narra habla de un tiempo de apocalipsis, un lamento distópico que recoge cómo la humanidad encaró la hora oscura de su exterminio.