Desde los créditos ya hay un acto mentiroso en este filme. Se encuentra en su propio título: “Lo nunca visto”. ¿Por qué se proclama como inédita una propuesta cinematográfica cuando su ADN se sabe portador del costumbrismo más convencional de la llamada comedia española? ¿Por qué lo pone tan fácil el desacreditar su originalidad, si del primer al último fotograma se debe a la vieja españolada empeñada en encallar siempre en los mismos chistes?

Nada más empezar, Kaja, interpretada por Andrea Bemtzen, mira a cámara para decir que no lo vamos a entender. La sentencia parece dirigida a quienes estamos detrás de la cámara y resuena como un aviso fatídico. Pero, inmediatamente después, percibimos que Kaja se está comunicando con su madre a través del móvil, o sea es a ella a quien le habla. Sin embargo, al final de la película, volveremos a presentir que esas palabras iban dirigidas a quienes miramos la película en cuanto observadores distantes de una tragedia (re)conocida.

En la rueda de prensa con motivo de su estreno en el festival de cine de terror de Bilbao, FANT, se le preguntó a Lee Cronin, su director, por el inoportuno título en castellano que se le iba a poner a su filme. El director irlandés no se inmutó pero, ciertamente, esa traducción tan alejada de la idea original no ayuda a llamar la atención sobre la singularidad de un filme cuyo interés supera la media de un género tan maltratado por los exhibidores españoles.

Con las dos secuencias iniciales, Philippe Lesage ya establece la estructura de su filme iniciático. En apenas cuatro minutos de “Génesis”, se nos hace saber que la cosa va del descubrimiento del amor y sus miserias, del sexo y sus misterios y de la identidad y sus sofocos. En apenas unos minutos suenan dos canciones, una se baila y se corea por los propios protagonistas, una cantinela que exalta el beber y cosifica a la esposa; la otra, sonido no diegético, envuelve en sentimiento una herida abierta por falta de sensibilidad.

Hay un doble atractivo en la propuesta de este documental. El primero proviene de su contenido. Que gire en torno a una de las figuras más poderosas de la historia del cine, Ingmar Bergman, supone acercarse e incluso asomarse al interior de uno de los legados fílmicos más desgarradores, ásperos y brillantes que jamás se han escrito.

A “Wild Rose” le pierde el exceso y le sobra un injustificado empeño en rebajar el dramatismo implícito en su argumento. Eso provoca una alarmante falta de sinceridad a la hora de afrontar la verdad implícita en unos personajes que se deshacen entre el histrionismo y la blandura, entre la música y el silencio.

Las comedias de Jim Jarmusch, salvo quizá “Down by Law” y “Night on Earth”, donde Roberto Benigni (re)cargaba el peso del humor, rara vez arrancan risas. Lo suyo pertenece al reino de las sonrisas. Jarmusch, primer espada de la generación neoyorquina que debía recoger el testigo de los Scorsese, Allen y compañía en los años 80, evidencia una coherencia de hierro.

La piedra angular sobre la que crece este filme parte de una doble negación. Asumir que un “No no quiero” desemboca en un “quiero” no evita asumir que esa aceptación esconde en su interior la sombra de la indecisión y la duda. En tiempos líquidos, en una hora en la que nadie asume nada, Carles Marqués-Marcet cuestiona aquí el dilema de la maternidad.

“Los Japón” cabalga sobre los altavoces propagandísticos de “Atresmedia” y aspira, con total merecimiento, a ser considerada la comedia española más nefasta de lo que llevamos del siglo XXI. Su existencia consigue que si la subvención pública en el mundo del cine provocaba desconfianza, el mecenazgo privado y la dictadura de las cadenas de televisión sea visto como garantía del final de toda esperanza para el cine español.