Despacio que tengo prisa

Título Original: 7 CAJAS Dirección y guión: Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori Intérpretes:  Celso Franco, Lali Gonzalez, Nico García, Mario Toñanez, Nelly Davalos y Roberto Cardozo  Música: Fran Villalba Fotografía: Richard Careaga Nacionalidad: Paraguay.  2012     Duración:  100 minutos ESTRENO: Mayo 2013

La apertura de 7 Cajas no puede ser más prometedora. Como corresponde a una tarjeta de presentación, sus autores, Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, dos profesionales paraguayos del mundo de la comunicación, el teatro y la docencia, han conseguido debutar con una historia que arranca en quinta velocidad. Estamos ante un derrape de cien minutos porque sus autores olvidan cambiar de marcha.  A tumba abierta, con desparpajo, con insolencia y con insensatez, sus dos responsables, veteranos ya y con experiencia, se mueven como si acabasen de llegar. De hecho, su historia escoge como protagonista a un imberbe carretillero de 17 años que en el Mercado 4 de la ciudad de Asunción pelea por sobrevivir al tiempo que sueña con ser famoso como uno de esos protagonistas de culebrones y anuncios que ve en las pantallas. La acción se ubica en el año 2005, con móviles que ahora parecen de piedra y en medio de un tráfago agobiante. Un laberinto que despunta en clave de thriller y que se despide a ritmo de astracanada.
Maneglia y Schémbori algo saben del hacer de Guy Ritchie y Quentin Tarantino, del primer Danny Boyle y del Fernando Meirelles de Ciudad de Dios. Por ahí, en los intersticios de la posmodernidad yanqui, el descreimiento británico y la vitalidad brasileña han ido recogiendo las mimbres para hacer 7 Cajas. Provienen de una cinematografía humilde, de producción escasa. De ella, desde La hamaca paraguaya (2006), no había noticias en las carteleras comerciales españolas. Muy diferente a la citada obra de Paz Encina7 Cajas llega aquí con el respaldo de haber arrasado en su país de origen. En algún modo, el público urbano de Paraguay ha creído percibir en este filme, que también recuerda a ciertas comedias españolas de los noventa, una salida de convergencia entre la denuncia y el divertimento; esa tercera vía que suma públicos de intereses muy diferentes. Pero ese guión entretenido y esa dirección capaz de mantener sin medios una velocidad de vértigo, no impiden apreciar la debilidad de un reparto que parece provenir de los restos del casting de Mortadelo y Filemón. Como las pretensiones son escasas, el resultado se hace amable, eso que se suele calificar con suficiencia como simpático, sin aclarar muy bien qué significa.
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