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Sobredosis de adversidad
Título original: THE PAPERBOY Dirección:Lee Daniels Guion: Lee Daniels y Pete Dexter; basado en la novela homónima de Peter Dexter Intérpretes: Matthew McConaughey, Zac Efron, John Cusack, Nicole Kidman, Scott Glenn, David Oyelowo y Macy Gray Nacionalidad: USA. 2012. Duración: 107 minutos ESTRENO: Marzo 2013
Agasajado en exceso por su anterior largometraje, Precious (2009), para el que llovieron medio centenar de premios internacionales, Lee Daniels convierte su tercer largometraje como director, El chico del periódico (2012), en una cita áspera, rugosa, compleja y desafiante. Algo así como el reverso oscuro de la bienintencionada crónica sobre los prejuicios racistas que diseccionaba en su anterior adaptación de la novela Push de Sapphire.
En El chico del periódico se hace inevitable pensar en las atmósferas melodramáticas de Tennessee Williams; en las desesperadas crónicas de Truman Capote; en las descarnadas radiografías de Faulkner y en la acidez periodística del Hemingway de los años 40. De hecho, todo el filme adquiere un agridulce tono vintage, un poso añejo y un reposo de intranquilidad. Todo resulta excesivo en ese mundo de pantanos y caimanes, de racistas psicóticos, sodomitas y gentes embrutecidas.
Este Paperboy de Lee Daniels comparte con Bestias del sur salvaje un contexto de humedal y miseria, el de la América más profunda, la que se pudre en el núcleo del horror de todos los males.
Daniels no es un recién llegado. A su labor como director hay que añadirle su trayectoria como productor y sus inicios como actor. De origen afroamericano, nacido en Filadelfia en 1959, Daniels evidencia una inclinación obsesiva por reflejar en sus obras historias sórdidas y denuncias incómodas, que alcanzan en este filme su máxima expresión. En él reina una Nicole Kidman irreconocible; se ha desfigurado el rostro pero conserva el cuerpo y el talento de la gran actriz que sabe ser. A su lado, Matthew McConaughey hace lo propio, se quita la piel del sex-symbol que fue, para asumir un rostro atravesado por cicatrices con la actitud de un fajador decidido a no arrojar la toalla. Con ellos Daniels realiza una especie de Yo creo en ti maligna, una reflexión sobre la inocencia y la pena capital desconcertante, malherida. Su galería de personajes tiene un pie en la locura y otro en la perversión. Pasean una humanidad amoral y unos perfiles de herrumbre y malignidad. Dirigida con poderío y confianza, el filme formalmente funciona pero agobia y distancia su acumulación de desgracias, su exceso de brutalidad y tanto acopio de desesperanza.