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Extraño extrañamiento
Título Original: EL MUERTO Y SER FELIZ Dirección: Javier Rebollo Guion: Lola Mayo, Javier Rebollo y Salvador Roselli Intérpretes: José Sacristán, Roxana Blanco, Valeria Alonso, Jorge Jellinek, Lisa Caligaris, Fermí Reixach y Vicky Peña Nacionalidad: España, Argentina y Francia. 2012 Duración: 94 minutos ESTRENO: Enero 2013
Nadie debería dudar de la coherencia de Javier Rebollo, un director español empeñado en permanecer fiel a un ideal de cineasta. Durante años predicó una fidelidad al formato del cortometraje casi suicida. En tiempos donde la mayor parte de los largometrajes españoles arrojan pérdidas no se conoce el caso de ningún cortometraje que de beneficios económicos a sus autores. Pero Rebollo tenía razón, el formato, también determina la naturaleza del relato fílmico. Empeñado en lo imposible, su debut con Lo que sé de Lola (2006), fascinante y triste filme de fronteras y náufragos, ratificó la singularidad de un autor dispuesto a perseverar en sus propias ideas. Lo hizo. Su segunda entrega, La mujer sin piano (2009) cosechó premios y validó su figura. Rebollo, como Rosales, como Lakuesta, demostraba que es posible hacer cine español sin tener obsesión por los resultados de la taquilla.
Animado por la buena acogida de su segunda película, Concha de Plata en San Sebastián y multitud de reconocimientos y condecoraciones, se fue a Argentina para asumir un filme radical, extremo y ensimismado. En su argumento, hay algo del hacer del Jarmusch que rodó en Madrid y Andalucía y mucho de homenaje a la figura de un actor español al que, por razones discutibles se le niega lo que a otros se regala, José Sacristán.
De este modo, Rebollo, que ha sabido potenciar la trayectoria de actrices como Lola Dueñas y Carmen Machi, en su tercer periplo en el formato del largo, escribió un papel masculino de esos que ennoblecen el trabajo interpretativo. De haberse conformado con ese recital actoral que sostiene la abracadabrante historia de un asesino crepuscular, amado por prostitutas, temido por canallas y vencido por la (mala) vida, El muerto y ser feliz podría haberse constituido en una bella y triste roadmovie de arte y ensayo. Pero Rebollo aspira a ir más lejos. Su película se llena de riesgos, se inmola con el uso de una obsesiva voz narradora cuyo discurso sobrevuela ajeno al contenido de las imágenes y a menudo con el ansia de ir allí donde la cámara nunca estuvo. Todo ello, esa suma de extrañamientos formales y narrativos, forja un filme chirriante, hermoso a menudo, errático en algún pasaje y siempre enervadamente bizarro.