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Acto de contricción y cine de entretenimiento
Título Original: ARGO Dirección: Ben Affleck Guión: Chris Terrio; basado en la obra de Antonio J. Mendez Intérpretes: Ben Affleck, Bryan Cranston, Alan Arkin, John Goodman,Victor Garber y Tate Donovan Nacionalidad: EE.UU. 2012 Duración: 120 minutos ESTRENO: Octubre 2012
Sistemáticamente, desde hace más de ciento quince años, EE.UU. practica un esquizofrénico funambulismo moral. Una filigrana ética que hace de ese país una suerte de Mr Hyde y doctor Jeckill. Cuando se impone el rostro amable del país civilizado que quiere ser, asume públicamente que hay un monstruo que lo dominó. De modo que, cuando pasa un prudencial tiempo del instante del crimen, llega el día en el que se alzan voces desde el interior del país que, con valentía pero sin afrontar penitencia alguna, airean su miseria, reconocen la estafa e incluso asumen lo hecho por sus carniceros. La lista sería interminable. Desde el hundimiento del Maine, el 15 de febrero de 1898, que dio origen la guerra contra España; a la invasión de Irak que culminó el 1 de mayo de 2003 sin que apareciese prueba alguna de las armas de destrucción masiva, en el origen estuvo el engaño. Nos enfrentamos a una evidencia: el poder militar con demasiada frecuencia se pone al servicio de la ignominia. Con la misma, llora arrepentimientos que generan una infinita frustración al percibir cómo les sirvió la mentira y qué barato sale el arrepentimiento.
Todo esto surge a la vista del arranque de Argo, un vibrante thriller político que limita con el Hollywood del Munich de Steven Spielberg y con el cine de autor a la europea del Carlos de Olivier Assayas. Entre ambos modelos, se mueve con autoridad un Ben Affleck de quien nadie duda como director y de quien casi nadie podría argumentar qué cualidades presenta para reclamarse actor.
Decíamos que en el despegue, en un montaje vibrante, eléctrico e impactante, Affleck resume lúcidamente el proceso histórico vivido en Irán. En una relampagueante sinopsis histórica, Affleck describe los manejos de las garras del poder USA en plena paranoia de la llamada guerra fría, y las consecuencias de todo ello. Miseria para el pueblo iraní, depravación y lujo para la corte del Sha y petróleo barato para EE.UU.
Lo que viene a continuación de este panorama de apenas dos minutos, ya no es documento real sino recreación-espectáculo que pone en escena un relato hasta hace poco ignorado. Básicamente Argo, nombre de la operación y título de la falsa película que se iba a rodar, cuenta cómo se puso en marcha una arriesgada operación de fuga para sacar de Irán a cinco diplomáticos yanquis refugiados en secreto en la embajada canadiense cuando la multitud enardecida por Jomeini atacó la embajada norteamericana.
El plan de rescate intentaba servirse de la fascinación que siempre ejerce la llamada de Hollywood, el ariete ideológico con el que EE.UU. rompe los muros más pétreos. Para ello se organizó la mascarada de la realización de un filme de ciencia ficción que debía rodarse en el corazón de Teherán. La idea era tan sencilla como increíble. Aprovechar el ruido y el aparataje de un equipo de producción para llevarse camuflado entre ellos a los diplomáticos norteamericanos.
Para armar su película Affleck cuenta con un guión sólido que crece sobre dos columnas de puro teatro: la que representa en Irán el propio Affleck, los refugiados y el clima revolucionario; y la que en Hollywood inventan los otros miembros del engaño, los falsos productores que deben sostener el espejismo de un filme que nunca existió. Allí, Goodman y Arkin acarician el talento con el que Lubitsch se enfrentaba al comunismo en Ninotchka . Ellos conjuran la sonrisa inteligente y el metalenguaje, mientras que el resto alimenta la tensión. La suma, un filme brillante erigido sobre un mea culpa político pero que acaba proponiendo un monumento al buen “soldado” americano. Clasicismo del siglo XXI bienintencionado que tiene más fácil aspirar a ganar el Oscar que lograr que el comienzo del filme no se repita de nuevo.