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Golpe de mano de Costa Gavras

Tras la calma tensa del miércoles de huelga llegó, cuando el Zinemaldia encara su recta final, una enérgica parodia sobre la farsa bursátil. Con el título de ecos marxistas, Le Capital, el veterano pero incombustible Costa-Gavras mete presión a una sección oficial que tras un brillante arranque venía languideciendo desde que comenzó la semana laboral. A su lado, otro caramelo dulce y vitalista del argentino Carlos Sorín, Días de pesca, sirvió para cerrar una jornada en la quela presencia glamourosa del Juan Antonio Bayona de Lo imposible acaparó la atención de todas las miradas.

El filme de Bayona cubrió la cuota del espectáculo bien hecho, el de Gavras, el del cine al servicio de la denuncia, el del cine de autor, cine útil aunque eso sea algo que al parecer ya casi ha desaparecido.
Quien tuvo, retuvo…

A estas alturas del festival, que la presencia de un thriller irónico y trepidante sobre los manejos de los tiburones de la banca sea capaz de sacudir la sensibilidad del espectador, dice mucho a favor de quien lo consigue. Por lo pronto, Gavras revitaliza una edición que si mantiene este tono en los dos días que falta, habrá dado síntomas de una evidente mejoría.
Gavras convierte los pasillos de la banca internacional, los constantes viajes por París, Londres, Tokio y Nueva York en una frenética guerra económica, en el caos de la Internacional del dinero. Allí, o sea, aquí, las estrategias, las mentiras y los secretos de alcoba y despacho devienen en una prolongación de una tragedia de reverberaciones al estilo del mejor Shakespeare. Su película habla de un Robin Hood al servicio de los ricos, de un superviviente sin escrúpulos en cuyo devenir el cineasta da cuenta del cáncer especulativo del dinero que va minando la salud social y ética de medio mundo.
Con un reparto actoral de alta graduación, con un ritmo ágil y torrencial, las casi dos horas de trama farragosa y oscura, llena de esas zonas de oscuridad que siempre rodea el mundo del dinero, se convierten en un ameno espectáculo donde la ironía y cierta actitud provocadora no hacen sino realzar el interés que ofrece Le capital.
Si la radiografía a las causas de la crisis que nos zarandea en estos momentos conforma el telón de fondo, la trayectoria de su principal protagonista, un arribista listo, un trepa inteligente, se convierte en la clave de un filme que se beneficia de unos diálogos sin desperdicio y de una dirección solvente. Todo ello culmina en una gratificante lección sobre la posibilidad de hacer del cine un lenguaje capaz de mantener la atención del público hablando con talento de temas interesantes.
El déjà vu de Sorín

Con los Días de pesca los espectadores con memoria y resistencia en el Zinemaldia sintieron una sensación de déjà vu. Bueno, en realidad Carlos Sorín provoca ese sentimiento con su cine desde que Historias mínimas supusiera una bocanada de aire fresco en un festival, en aquella edición, carente de obras tan vitalistas y amigables como lo era su trabajo. Desde entonces, Sorín parece empeñado más que en la realización de películas con identidad singular, en forjar una gran obra repleta de episodios. Días de pesca pertenece a ese modelo. La Patagonia como escenario, la carretera como paisaje, personajes excéntricos pero amigables y un protagonista de mediana  edad, al estilo del propio Sorín, arrastrando una culpa que proviene del pasado aunque consciente de que siempre es posible tratar de renacer.
Eso contiene Días de pesca, un puñado de personajes tiernos y un relámpago de melancolía atravesando el rostro de su hombre central. La pesca es el pretexto y el perdón y el reencuentro la verdadera esencia del relato. Cine amable, bienintencionado y tierno. Puro Sorín en vena que roza la pasión de sus característicos trabajos.
Virguerías sin contenido

Vayamos a Lo imposible, el tercer filme de la jornada, este sí, fuera de concurso. Con él, J.A. Bayona realiza un impresionante ejercicio de puro virtuosismo cinematográfico; un sobrecogedor -e impensable hasta hace unos pocos años- trabajo profesional que podría venir firmado por cualquiera de los delfines de factoría de Spielberg. Con él, Bayona se suma al club de Amenábar, un cada vez más transitado grupo que demuestra que jóvenes cineastas españoles pueden sostener la batuta de la maquinaria de Hollywood con pulso firme, sin hacer el ridículo. Al contrario, por encima de la media del profesionalizado cine de consumo yanqui.
Lo imposible aparece como pura orfebrería profesional. Su relato hace parecer barrocas las historias mínimas que con tanto entusiasmo desgrana año tras año el antes citado Carlos Sorín. No es que Lo imposible crezca sobre una historia pequeña sino que apenas posee argumento narrativo para dar tensión argumental a lo que no es sino la historia del reencuentro de una familia tras sobrevivir al terrible zarpazo del tsunami que arrasó las costas de Tailandia. Sin nada que contar, especialmente porque lo que se construye ha sido divulgado a los cuatro vientos con entrevistas a quien vivió en la realidad lo que Bayona muestra en su filme, la película se mantiene por el alto oficio de todos y cada uno de los implicados: desde el propio Bayona al reparto actoral, bien Watts y McGregor pero muy bien también los niños y el resto del reparto pasando, eso sí, por factoría de los efectos especiales.
Historia verdadera, señala con subrayado final la leyenda con la que comienza Lo imposible. Historia sin suspense pues, al que Bayona le imprime un muestrario de recursos del cine mainstream dirigido a públicos deseosos de compartir emociones que no perturben en exceso sus sueños. Bayona abre su filme con tensión al estilo del mejor hacer de autores como Peter Weir. Maneja el detalle, le basta un sonido inesperado, unas sombras apenas entrevistas o el movimiento vibratorio de un avión al entrar en zona de turbulencias para convocar lo siniestro.
En ese sentido, su dirección resulta irreprochable. En el minuto diez, el tsunami aparece y barre la pantalla. En el veintidós, ya sabemos el resultado. De ahí hasta el final, Bayona se echa a la espalda lo que tiene mucho de gran ejecución técnica a partir de una partitura sin contenido. Lo que resulta realmente casi imposible es mantener la tensión sin que exista ningún asidero con la más mínima profundidad psicológica. Pura acción al servicio de un relato cuyo desenlace final la maquinaria de su promoción se ha encargado de dinamitar. Pese a eso, Bayona no sabemos si será un buen cineasta, pero es un competente director capaz de hacer parecer plata lo que solo es envoltorio de puro estaño.

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