El extraño viaje del extraño músico
Título Original: THIS MUST BE THE PLACE Dirección:  Paolo Sorrentino  Guión:  Paolo Sorrentino y Umberto Contarello Intérpretes: Sean Penn, Eve Hewson, Frances McDormand, Harry Dean Stanton y David Byrne Nacionalidad: Italia, Francia e Irlanda. 2011   Duración: 118 minutos ESTRENO: Mayo 2012

Desajustado, excesivo, irregular, caprichoso,… las palabras para acotar y describir lo que Un lugar donde quedarse almacena en su seno tienen el común denominador de denotar lo fallido, lo imperfecto.  Pero entendido esto como ese desequilibrio producto de la pasión y el arrebato. Y es que Paolo Sorrentino se sabe y se acepta como uno de esos cineastas en peligro de extinción. Pertenece a la casta de autores empeñados en bucear en la herencia de lo que el barroco representa, o sea, en abrocharse a ese gesto empeñado en el artificio, la sensualidad y sobre todo, en precipitarse en el dolor del ser humano y sus naufragios psicológicos. Las angustias del alma se decía en otro tiempo. Así, pues, el libro de estilo de Sorrentino, guionista y director del filme,  no admite la contención. Por sus venas corre la misma hemoglobina que enfebreció a Giovanni Pastrone y Federico Fellini, la misma sangre italiana que bombeaba el pulso de Vivaldi y guió la retina de Caravaggio
El autor de El divo, magnífico y guiñolesco retrato de Giulio Andreotti, conoció a Sean Penn en el festival de Cannes. Sorrentino presentaba su película y Penn ejercía de presidente de un jurado que acabó premiando su trabajo. De aquel cruce nació este filme, una road movie que puede verse como una declaración de principios del cine que le gusta al propio Sorrentino. En ese gusto, hay algo -mucho- de capricho y poco -nada- de sentido común. Lo que Sorrentino ha ideado, con la complicidad de Penn, adquiere el tono de un festín en el que se mezclan ideas brillantes con vacíos inmensos. Lo que argumentalmente plantea el filme gira en torno a un personaje llamado Cheyenne. Una figura del rock gótico cuyo aspecto Penn toma prestado de la figura de Robert Smith, figura nuclear de The Cure. De él se nos dice que se encuentra en un estado ruinoso fruto de los excesos del pasado. Paga un alto peaje por lo que representó y su vida se consume en el regazo de una mujer que practica Tai-chi, trabaja en el cuerpo de bomberos de su ciudad y juega con él largos partidos de pelota en la oquedad de una piscina sin agua. Se aman con aburrimiento porque, Sorrentino subraya, también los freakies caen en el tedio de la repetición.
Su blindado refugio irlandés se abre cuando Cheyenne/Penn atiende la llamada de un padre moribundo con el que dejó de hablarse hace 30 años. Así que, Cheyenne inicia un viaje de retorno a la casa del padre. Un viaje que Sorrentino ilustra con significativos homenajes. Entre ellos, un hermoso video-clip que parece un viaje en el tiempo al Stop Making Sense de los Talking Heads y una aparición estelar de un Harry Dean Stanton, sobre el que la memoria vierte sombras de París, Texas y The Straight Story. Como se aprecia, son filmes de carretera, relatos de penitencia y redención porque, y he aquí la osadía última del Sorrentino guionista, Cheyenne, un hombre que apenas tiene energía para vivir, continuará la tarea inconclusa del padre muerto para buscar al carcelero nazi que lo humilló en su juventud.
Probablemente no hay ni media docena de directores que conseguirían mantenerse en pie con un guión como éste. Sorrentino es uno de ellos. Y lo hace dando minutos inmensos de insólita convicción, creando personajes inolvidables y regalándonos la vista con mil pequeños detalles con los que se alienta un apasionante juego de reflejos y sugerencias. Pero también es obvio que entreteje todo ello con débiles hilos incapaces de sostener el verosímil de su relato. Su cine no pertenece a lo representacional sino al símbolo y al rito. Y, aunque así se percibe, se impone el hecho de que estamos ante un inolvidable filme lleno de rotos.
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