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Asesinato en la División Azul
Título Original: SILENCIO EN NIEVE LA Dirección: Gerardo Herrero Guión: Nicolás Saad; basado en la novela de Ignacio del Valle Intérpretes: Juan Diego Botto, Carmelo Gómez, Jordi Aguilar, Víctor Clavijo, Francesc Orella, Sergi Calleja y Adolfo Fernández Nacionalidad: España y Lituania. 2011 Duración: 114 minutos ESTRENO: Enero 2012
La convicción, esa actitud fundamental para hacer extraordinario lo que no lo es y para hacer posible lo se diría imposible, no aparece en esta película firmada por Gerardo Herrero. Estamos ante un obrero a destajo en una industria amancebada a la subvención cuya actividad como director y/o productor lo convierte en el profesional español en activo más prolífico de los últimos 30 años. Ha tocado todos los palos, ha rodado en diferentes continentes, ha sabido de casi todos los géneros y al final, el resultado siempre aparece velado por una frustrante capa de anemia cinematográfica. Anemia provocada por una alimentación errónea. Herrero se empeña en fusionar lo antagónico. Duda entre el cine de autor y el cine de Hollywood, nunca se sabe si mira a Tarkovsky o emula a Spielberg. El resultado, la confusión; el estrabismo. Eso acontece con Silencio en la nieve, una atractiva pesquisa policial en el corazón de la División Azul.
Un asesino en serie en medio de una guerra extranjera; un misterio que muerde en el desván de los desmanes franquistas, pero que no trata de hacer sociología de la guerra civil ni evocar memorias enterradas. La División Azul, escuadrón militar en el que Franco embarcó a sus carniceros más fanáticos junto a los mercenarios a la fuerza que trataban de tapar su pasado o el de sus familias, ofrece un vehículo apasionante para incrustar en él un relato policial. Herrero mete en su coctelera demasiadas bebidas de alta graduación. Una imagen de apertura que evoca uno de los más bellos y desoladores planos del My Winnipeg de Guy Maddin; el eco reconocible de laberintos de faunos y panes negros, la sombra de El cazador y el macabro ritual de la llamada ruleta rusa y un goteo de asesinatos cosidos a una canción/oración al modo de thrillers modernos de los que Fincher ha conseguido obras maestras. Pone al frente de esa ruidosa y alborotada máquina dos actores de registros muy diferentes. Entre ellos, la química se congela. Pero no son ellos los culpables de tanta frialdad. El problema reside en la dirección, en la sucesión de secuencias sin capacidad de impactar, en ese sabor a naftalina y cartón piedra. Si se sostiene el filme, se lo debe a su argumento, al relato…el resto, poco o nada.