Cuento feliz para una Europa sin fantasías ni ilusiones
Titulo Original: LE HAVRE Dirección y guión: Aki Kaurismäki Intérpretes: André Wilms, Kati Outinen, Jean-Pierre Darrousin, Blondin Miguel, Elina Salo y Evelyne Didi Nacionalidad: Finlandia, Francia y Noruega. 2011 Duración: 93 minutos ESTRENO: Enero 2012

Kaurismäki, Aki -su hermano Mika se mueve en un terreno menos definido y más errático-, aparece como uno de esos autores a quienes sólo se le pide que no renuncie a parecerse a lo que es, a lo que significa, a lo que ya ha hecho. En la música hay muchos ejemplos: Tom Waits, Leonard Cohen, Nick Cave, P.J. Harvey,… En el mundo del cine también los hay, aunque abundan menos y gozan de menor predicamento: Terence Davis, Guy Maddin, Jan Svankmajer,…, y en ambos casos, de vez en cuando, se producen reconocimientos unánimes, instantes en los que estos creadores de cámara baja y público minoritario, alcanzan un eco considerable.
El Havre, un Kaurismäki puro aunque se haya rodado en Francia, ha significado para Aki uno de esos extraordinarios consensos, esos pocos segundos de gloria universal que proclaman la hora del reconocimiento. Saludada como una de las mejores películas de 2011, llueven elogios sobre este cuento feliz que se sirve de las viejas estructuras cinéfilas para hablar de un huérfano africano perdido en Francia y camino de una madre que le espera al otro lado del mar, en esa tierra prometida y lejana donde siempre se esconden los magos de Oz.
Poseedor de una cálida y reconocible paleta cromática que captura la hora del crepúsculo como nadie, Kaurismäki practica con sus actores una suerte de distanciamiento que transfigura la frialdad de Bresson en una resignada epifanía capaz de sublimar la impostura de la representación.
Nada hay tan artificial como el universo del autor de Nubes pasajeras y, sin embargo, en pocas cinematografías cabe esperar tanta sincera verdad como la que respiran obras como El hombre sin pasado, La chica de la fábrica de cerillas y Contraté a un asesino a sueldo. ¿Contradictorio? Seguramente, como lo es la propia esencia de la experiencia artística, pura subjetividad para rozar el misterio de lo inabarcable.
Es el caso que, saboreando en El Havre los estilemas del hacer de Kaurismäki, en ese constatar que en este filme se cuenta además con esa mezcla de actores que provienen de su Finlandia natal con la adscripción de rostros franceses, cabe preguntarse por qué ahora, este nuevo capítulo de una obra tan coherente como ajena a cualquier cambio, merece tanta atención.
En El Havre, como en Nubes pasajeras, Kaurismäki nos acerca a una pareja de lacónico presente y oscuro futuro. El destino, “su” destino, muerde, desgarra; pero sus víctimas no pronuncian quejido alguno. Una vez más, Kaurismäki levanta un muro defensivo contra la desesperación. En un mundo globalizado y consumista, sus criaturas se mueven a cámara lenta y sobreviven con los recursos mínimos. Pero esta vez, en una Europa desesperada por el dinero, Kaurismäki da un corte de mangas a lo único definitivo, la muerte. Por y con ese milagro, estremece y reconforta más que nunca el cine de Kaurismäki. Los mismos planos reposados, las mismas luces, los mismos personajes de siempre, en este caso al servicio de un escritor,Max, alter ego del propio Aki, y un policía bueno llamado Monet al que le da vida Darroussin, un actor afín al cine de Guediguian. Se ha citado a Bresson y a Guediguian pero cabría convocar aquí, en los meandros de El Havre, a Melville, a Clair y sobre todo a Marcel Carné; con él y de él, saca Kaurismäki los sones franceses de su cine finés. Y por supuesto, de Casablanca, un filme eterno que Kaurismäki rescata en ese abrazo imposible entre dos hombres ya maduros, casi sin tiempo para el amor, pero con la posibilidad de hacer que el futuro no se detenga por culpa de las leyes y la injusticia entre el mundo rico y el mundo de los pobres.
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