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Basura blanca, magia negra, zombies blancos y negrosTítulo Original: WHITE MATERIAL Dirección: Claire Denis Guion: Claire Denis y Marie N’Diaye Intérpretes: Isabelle Huppert, Isaach de Bankolé, Christopher Lambert , Nicolas Duvauchelle y William Nadylam Nacionalidad: Francia. 2009 Duración: 106 minutos ESTRENO: Julio 2011
Claire Denis abre su noveno largometraje, primero en ser estrenado entre nosotros, con el rostro de un hombre negro muerto que se diría vivo. Cien minutos después, lo cierra con la imagen de una mujer blanca cuyo cuerpo ha sobrevivido al horror pero cuya alma le ha abandonado. En realidad, entre el hombre del plano de apertura, el boxeador, un guerrillero rebelde encarnación africana del Che Guevara, y la mirada anegada por las lágrimas de Isabelle Huppert, encarnación de una colonialista francesa aferrada a su tesoro, una plantación de café, circula la misma ausencia de aliento. Son dos zombies, dos muertos vivientes que representan una época en demolición. Son fantasmas en el corazón del continente negro, cara y cruz de la misma moneda; espectros iguales pero no idénticos, en realidad, son antagónicos.
La prosa cinematográfica de Claire Denis se escribe con un trenzado de ecuación enigmática y montaje crispado. En algunos instantes su película se llena de misterio, de hondura abisal en la que se multiplican los gestos. Una suerte de palimpsesto contemporáneo sobre una cartografía que la propia cineasta vivió de niña y a la que siempre termina regresando. En otras ocasiones, emerge la música del capricho, la confrontación con lo impensado, con lo inimaginable o simplemente con lo poco o mal argumentado. Por ejemplo, del personaje de Huppert, cuyo empecinamiento resulta decisivo para sostener el relato, nunca nos es dado conocer sus verdaderos motivos.
En la versión doblada en español,se utiliza con frecuencia para describir a los europeos la expresión basura blanca. Claire Denis tituló la versión original como White Material, una suerte de eufemismo que sirve para acotar el extrañamiento de una hacendada familia francesa zarandeada por una guerra civil en una batalla donde nadie es bueno ni malo, algunos disparan, muchos matan y siempre mueren demasiados. Ese White Material ocupa o es ocupado por tres generaciones, tres actitudes diferenciadas en un proceso de descomposición y readaptación a un escenario apocalíptico. Pero hablamos de zombies y es ahí, en ese pantano de lo inexplicable, donde Claire Denis realiza una doble carambola que golpea en el Tourneur de Yo anduve con un zombie (1943) y reb(r)ota en el Pedro Costa de Casa de lava (1994). Para occidente, África representa el misterio oscuro, una zona alienígena de la que sorprende la fuerza expresiva de un arte de máscaras y color que deviene en paradoja incomprensible por su rotundidad para quien en esas culturas sólo acierta a ver retraso, primitivismo y falta de civilización.
Con unas máscaras en el mismo comienzo del filme, Claire Denis abre el periplo tras un preámbulo que no hace sino desvelar un desenlace del que todavía nada sabemos. Con el rostro de Isabelle Huppert obsesivamente dominando el filme, avanza un proceso que se impone como una declaración de amor y temor por África, por lo que allí hemos hecho los europeos y por lo que allí están haciendo los africanos: una chapuza. Como chapuza es el atolondrado hijo del personaje de Huppert. Y así lo definen en una escena ambivalente que acude a la magia para desvelar el sentido de una nueva versión del holocausto. En ese instante el rostro de Isabelle Huppert, capaz de encajar la belleza y su ausencia en el mismo plano, resplandece sobre un fondo dorado.
Es el preludio del fin. Su hacienda, su cafetal, sus trabajadores y su familia se disuelven en el crepúsculo. Como se deshace en la demencia la propia obstinación de esa mujer blanca que transforma en pesadilla feroz lo que Isak Dinesen llegó a (des)bordar con un romanticismo extremo.
Claire Denis abre su noveno largometraje, primero en ser estrenado entre nosotros, con el rostro de un hombre negro muerto que se diría vivo. Cien minutos después, lo cierra con la imagen de una mujer blanca cuyo cuerpo ha sobrevivido al horror pero cuya alma le ha abandonado. En realidad, entre el hombre del plano de apertura, el boxeador, un guerrillero rebelde encarnación africana del Che Guevara, y la mirada anegada por las lágrimas de Isabelle Huppert, encarnación de una colonialista francesa aferrada a su tesoro, una plantación de café, circula la misma ausencia de aliento. Son dos zombies, dos muertos vivientes que representan una época en demolición. Son fantasmas en el corazón del continente negro, cara y cruz de la misma moneda; espectros iguales pero no idénticos, en realidad, son antagónicos.
La prosa cinematográfica de Claire Denis se escribe con un trenzado de ecuación enigmática y montaje crispado. En algunos instantes su película se llena de misterio, de hondura abisal en la que se multiplican los gestos. Una suerte de palimpsesto contemporáneo sobre una cartografía que la propia cineasta vivió de niña y a la que siempre termina regresando. En otras ocasiones, emerge la música del capricho, la confrontación con lo impensado, con lo inimaginable o simplemente con lo poco o mal argumentado. Por ejemplo, del personaje de Huppert, cuyo empecinamiento resulta decisivo para sostener el relato, nunca nos es dado conocer sus verdaderos motivos.
En la versión doblada en español,se utiliza con frecuencia para describir a los europeos la expresión basura blanca. Claire Denis tituló la versión original como White Material, una suerte de eufemismo que sirve para acotar el extrañamiento de una hacendada familia francesa zarandeada por una guerra civil en una batalla donde nadie es bueno ni malo, algunos disparan, muchos matan y siempre mueren demasiados. Ese White Material ocupa o es ocupado por tres generaciones, tres actitudes diferenciadas en un proceso de descomposición y readaptación a un escenario apocalíptico. Pero hablamos de zombies y es ahí, en ese pantano de lo inexplicable, donde Claire Denis realiza una doble carambola que golpea en el Tourneur de Yo anduve con un zombie (1943) y reb(r)ota en el Pedro Costa de Casa de lava (1994). Para occidente, África representa el misterio oscuro, una zona alienígena de la que sorprende la fuerza expresiva de un arte de máscaras y color que deviene en paradoja incomprensible por su rotundidad para quien en esas culturas sólo acierta a ver retraso, primitivismo y falta de civilización.
Con unas máscaras en el mismo comienzo del filme, Claire Denis abre el periplo tras un preámbulo que no hace sino desvelar un desenlace del que todavía nada sabemos. Con el rostro de Isabelle Huppert obsesivamente dominando el filme, avanza un proceso que se impone como una declaración de amor y temor por África, por lo que allí hemos hecho los europeos y por lo que allí están haciendo los africanos: una chapuza. Como chapuza es el atolondrado hijo del personaje de Huppert. Y así lo definen en una escena ambivalente que acude a la magia para desvelar el sentido de una nueva versión del holocausto. En ese instante el rostro de Isabelle Huppert, capaz de encajar la belleza y su ausencia en el mismo plano, resplandece sobre un fondo dorado.
Es el preludio del fin. Su hacienda, su cafetal, sus trabajadores y su familia se disuelven en el crepúsculo. Como se deshace en la demencia la propia obstinación de esa mujer blanca que transforma en pesadilla feroz lo que Isak Dinesen llegó a (des)bordar con un romanticismo extremo.