Amor, muerte, soledad y vacas

Título Original: UN CUENTO CHINO Dirección y guión : Sebastián Borensztein Intérpretes: Ricardo Darín, Huang Sheng Huang, Muriel Santa Ana, Enric Rodríguez, Iván Romanelli Nacionalidad: España y Argentina. 2010 Duración: 90 minutos ESTRENO: Junio 2011

Lo inaudito, por más que verdadero, actúa como un cáncer para el verosímil. La credibilidad, esa condición indispensable para que la suspensión de la incredulidad tenga efecto y nos faculte para identificarnos con lo que la pantalla muestra, es un terreno inestable sembrado de minas. De nada sirve jurar que la película que se va a contemplar está basada en hechos reales. Hacen falta más que proclamas para (re)cobrar la fe. Por ejemplo hace falta pasión por lo que se cuenta y talento en cómo se cuenta. Sebastián Borensztein algo sabe de ambas virtudes. Al menos posee la suficiente energía como para sacar adelante un filme bienintencionado habitado por personajes ensimismados. Víctimas perplejas por los reveses de la existencia.
Todo comienza con una vaca que cae del cielo. Una tragedia anunciada. Estamos ante un prólogo ambientado en un paisaje inspirado por la dulzura cromática de La casa de las dagas voladoras. La escena corresponde a una situación con la que se han clausurado miles de películas románticas. Chico consigue chica. Chica da el sí al chico y en lugar del happy end… arranca una película con vocación de tango crepuscular y con letra obsesiva sobre personajes atravesados por el dolor de la ausencia.
Se preguntaba hace un tiempo Gabriel García Márquez si “¿Todo cuento es un cuento chino?” y entre otras divagaciones para liberar el cuento de la hegemonía de la novela, señalaba con humor que el primer cuento lo inventó el hombre de las cavernas como excusa ante su mujer para justificar una injustificable tardanza. En ese momento, añadía Márquez, cuando la mujer se dio cuenta de que el heroísmo de su marido era un cuento chino, fue cuando pudo nacer la primera y quizás la novela más larga del siglo de piedra.
Borensztein, un “cuentista” nato, juega con el destino y en sus dos películas, La suerte está echada y Un cuento chino, hace de la amistad masculina el motor narrativo. Si todavía no ha quedado claro, lo que diferencia a la novela del cuento no es su longitud sino su naturaleza. En ese sentido, Un cuento chino, por más que su entramado aparece sencillo y sin subtramas, no es un corto alargado, sino un cuento hecho película. Cierto que para conferirle cierta extensión, la austeridad del guión se riega con pequeños microrelatos, cuentos sobre cuentos a la manera borgiana.
En el cauce principal, un ferretero argentino, pertrechado en su soledad, lleva medio siglo honrando la memoria de la madre muerta, sin percibir que él se ha enterra en vida. A ese escenario de tristura y monótona repetición, llega un chino que huye del pasado, del absurdo, de la nada. Chino y argentino, sin entender palabra el uno del otro, se rozan en una situación y en una escala en la que cabe reconocer melodías propias del Kaurismaki de Nubes pasajeras y del Whisky de los uruguayos Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella.
La diferencia se llama Ricardo Darín, cuya presencia redondea el minimalismo de esos perfiles citados convirtiendo Un cuento chino en una película más digerible, más apta para públicos de diferentes exigencias.
Darín cumple. Los diálogos de Borensztein también. Tal vez chirríe algún personaje excesivo, como un policía violento y desagradable y el eco fantasmagórico de la guerra de Las Malvinas. Pero es que los cuentos chinos son así. Exageran. Hablan de lo que nunca existió aunque en la realidad ocurrieran. Y lo hacen hasta lograr que incluso los agnósticos convengan con su moraleja. Una aleccionadora moraleja que se abre y se cierra con el protagonismo de una vaca. Una vaca como alegoría de la existencia. A veces oro; a veces, plata; a veces, mata.

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