Alicia en el país de las pesadillasTítulo Original: HANNA Dirección: Joe Wright Guion: Seth Lochhead y David Farr Intérpretes: Saoirse Ronan, Eric Bana, Tom Hollander, Olivia Williams, Jason Flemyng, Cate Blanchett yJessica Barden Nacionalidad: EE.UU. 2011 Duración: 111 minutos ESTRENO: Junio 2011

Entre dos flechas disparadas con certera puntería, justo al lado del corazón, transcurre la odisea de Hanna, una especie de reinvención perversa y postpunk de la Alicia de Lewis Carroll. Sobre esta joven protagonista de 16 años, hecha de cristal albino y mirada mutante, se proyecta la sombra de todas las grandes huérfanas maltratadas por madrastras sin entrañas. En Hanna resuenan aullidos de lobos hambrientos, pálpitos de Blancanieves y Cenicientas y caen lágrimas de víctimas inocentes convertidas en vengadoras inmisericordes. Esas dos flechas que marcan el comienzo y el final de la película son aguijones letales que permiten a las víctimas ver a su verdugo y percibir, o sea comprender, que les abraza la muerte. Entre ambos sucesos; un periplo, un desgarro y una horrible venganza con las más temibles amenazas de todos los cuentos.
Estamos en el siglo XXI, el mundo ya no cree en hadas y a Hanna ninguna madrina buena le facilitará el camino. Sólo cuenta con las enseñanzas rigurosas de un mentor paternal que se comporta como un sargento de hierro. Le va en ello la supervivencia. Hanna, como los hijos de la familia de Canino, no sabe nada de lo real, salvo por los libros. Conoce las palabras por su definición, no por lo que son sino por lo que el diccionario explica de ellas. Es pues un recipiente sin experiencia que deberá derramar sangre para comprender qué significa.
Joe Wright, un cineasta de suaves maneras y alta ambición, culmina con Hanna una filmografía apasionante incluso cuando, como con su anterior filme, El solista, llegara a perderse por culpa de la proximidad a la realidad de los hechos. Por eso, aquí, con material de ficción, armado con el nutriente de la fantasía, Wright filma un thriller sólido, vibrante, bizarro, singular y fascinante.
Todo en Hanna reclama pasión; todo se comporta con enérgica frescura, con precisión arquitectónica. Wright dirige con solemnidad y belleza, como quien sabe que está al mando de un equipo perfecto. Seda sobre seda. Lo que comienza en blanco polar en tierras de Finlandia cambia al fuego del desierto marroquí. Cruza Europa por tierras de Córdoba y Sevilla y retorna a Berlín, donde comenzó todo y donde despertó el dragón de la lógica, donde se quiso crear al hombre perfecto en medio del delirio nazi. Su elección no es fortuita. Nada lo es en esta película sembrada de pistas, de guiños, de suficiencia enciclopédica.
Hanna se acerca al ideal del soldado perfecto y ser ideal le convierte en una mujer rara, solitaria y confusa. Lo demás adquiere el disfraz de un cuento de hadas que aspira a hacerse símbolo. En él se mezcla la aventura con las distorsiones de cabaret, el cartón piedra de una barraca de feria con la línea pura de Giorgio Armani. Elegancia y humor, distancia y extrañamiento. De Hanna se podrían escribir mil páginas simplemente describiendo sus pequeños detalles para desvelar sus grandes enigmas.
Pero también resulta gratificante percibir que Wright ha gozado con un filme tan extraordinario. Es decir, tan fuera de orden, tan especial que en nada se parece a lo que otros buscan. Y es que Hanna hace fácil lo que obras como Crepúsculo, Caperucita roja e incluso la Alicia de Burton no supieron consumar. O sea, Hanna discurre como un relámpago emblemático del cine actual. Cine portador de la alegría que transmiten los cuentacuentos cuando saben que su voz se adentra en el terreno de lo mágico. Cine de precisión que se (en)cierra como una caja de música. Instantes después, cuando el silencio se impone, el cuento vuelve a resonar y el espectador sabe que nuevas impresiones le aguardan porque los cuentos de verdad nunca se agotan.
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