Título Original: SHLICHUTO SHEL HAMEMUNE AL MASHABEI ENOSH Dirección: Eran Riklis Guión: Eran Riklis y Noah Stollman; a partir de la novela de Abraham B. Yehoshua Intérpretes: Mark Ivanir (director de recursos humanos), Guri Alfi (periodista), Noah Silver (chico), Rozina Cambos (cónsul), Julian Negulesco (vicecónsul), Bogdan Stanoevitch (ex marido) Nacionalidad: Israel, Alemania, Francia, Rumanía. 2011 Duración: 103 minutos ESTRENO: Junio 2011
Bajo la idea de este viaje se perciben destellos de otros muchos viajes que han surcado la geografía de ese paisaje de batalla en el que se ha convertido el cine. Es una herencia antigua, un proceso de honda raigambre social que encadena a Homero con Angelopoulos, a Cervantes con Tarkovski, a Marco Polo con T.E. Lawrence. En todos los casos a la idea del movimiento exterior se le contesta con una transformación interna, íntima, reveladora. Sin duda todos los caminos poseen algo de esa vía láctea iniciática y regeneradora. Por lo mismo que en todos los caminos hay un peaje que (com)pensar. En este caso, la idea motriz no se anda con rodeos. Un cadáver, una víctima colateral de la violencia suicida que azota Oriente Medio, se descompone en la morgue sin que nadie reclame su filiación ni pertenencia. Se trata de una mujer que llegó a Jerusalén en busca de una tierra que prometía un trabajo bien remunerado para sortear la pobreza de su Rumania natal.
Una pista conduce hasta una central panadera. Allí trabajaba y allí no se le echaba en falta. Ese desinterés amenaza con proyectar una mala imagen sobre la empresa, por lo que el director de recursos humanos recibe el encargo de asumir el cuerpo y retornarlo al lugar de procedencia. Ese viaje implicará un conocimiento y un reconocimiento. Una exploración de un espacio ajeno y el hallazgo de saber valorar la vida ajena. Eso es todo y todo es suficiente para hacer de este filme una buena réplica a lo que fue la anterior obra de Eran Riklis, Los limoneros. Aquí como allí, Riklis cultiva personajes con arrugas en la piel y cicatrices en las entrañas. Gentes con sabor a verdad que hacen de la sencillez una suerte de orfebrería barroca llena de meandros, de matices, de sutilezas. El runrún de la violencia militar y terrorista se percibe a lo lejos, con sordina, con tristeza, en un mundo deseoso de alcanzar cierta plenitud, incapaz de sortear viejas rencillas. Riklis opta por la distensión, por el apunte conciliador, por la composición serena. De ese modo su personaje, en el que se proyecta la mirada del espectador, deviene en objeto y sujeto de una metamorfosis sin estridencias pero profunda y humana. Vulnerablemente humana.